Escuchar a Dios
Por el Padre Martín
Ponce de León
Muchísimas veces decimos de la necesidad de hacer lo que Dios quiere. Muchísimas veces nos pasamos la vida intentando escuchar la voz de Dios. En oportunidades pensamos que Dios no posee nada para decirnos. Hay veces que creemos que Dios solamente está para las cosas importantes y lo nuestro no posee más importancia que el hecho de que sea nuestro. Esperamos. Hay veces que, ansiosamente, esperamos. Sabemos que ello es lo determinante para nuestro correcto obrar y….. esperamos. Si tenemos fe, nos acercamos a Cristo, y éste no hace otra cosa que decirnos de la necesidad de hacer “la voluntad del Padre”. ¿Qué es lo que, verdaderamente, quiere? ¿Cómo puedo hacer su voluntad si no tiene una palabra para mí?. Cien mil preguntas del estilo se nos pueden llegar a ocurrir para plantear ese silencio de Dios en nuestras vidas. Mientras tanto……. Dios “se pone afónico” de tanto gritarnos. Lo suyo es un cotidiano y constante grito de amor por nosotros. Para poder escuchar la voz de Dios debemos a prender a ser contemplativos de lo cotidiano. Es poder llegar a ver “más allá de las cosas”. Es poder saber escuchar una voz que nos llega mucho más allá del mero envase con que la realidad se nos presenta. Si muchísimas veces ni sabemos mirar las cosas ¿cómo podremos llegar a ver más allá de ellas? Vivimos tan deprisa y tan pre – ocupados que muy difícilmente nos detenemos a ver lo que hace a nuestro entorno. Ser contemplativos de lo cotidiano es poseer la certeza de que Dios nos habla desde las pequeñas cosas de nuestros días. Es mirar para poder escuchar sin importarnos tanto por nuestros decires. Cuando llegamos a la seguridad de que la vida misma es un milagro de amor es que todas nuestras miradas no hacen otra cosa que buscar y encontrar los signos presentes del amor. Es encontrarnos con la deslumbrante magia de que lo pequeño se nos hace grande porque portador de los signos vivos del amor de Dios por nosotros. Nada se nos hace ni reiterado ni insignificante. Todo tiene la fuerza nueva de un renovado amor. Nadie ve las cosas que hacen a mi entorno como puedo verlas yo. Hoy veré lo que habré de ver desde una perspectiva única e irrepetible. Podemos, sin miedo a un falso orgullo, descubrir que todo dice de una relación muy particular que Dios, cotidianamente, establece con mi persona. Es para mí que ha puesto todas esas cosas que hacen a mi contexto. Para que pueda aprender a vivir conforme una particular experiencia de amor y respuesta. Ser contemplativos de lo cotidiano es permanecer con los ojos grandes para deslumbrarnos con el cotidiano misterio de su particular amor. Es jamás acostumbrarnos o perder nuestra capacidad de asombro puesto que es siempre dejarnos sorprender con su novedad. Es mucho más fácil decir que Dios no nos habla que el reconocer que estamos sordos. Claro, escucharle es comprometernos a hacer de nuestra vida un responderle y…. quisiéramos nos hablase extraordinariamente y no desde algo tan cotidiano como lo cotidiano para que nuestra vida sea nuestra mejor y más plena respuesta.