Por el Padre Martín Ponce De León
Escucharla hablar me resulta muy entretenido puesto que así como explica detalladamente lo que realiza puede decir alguna barbaridad. En oportunidades hasta ella se ríe de sí misma ante lo que se le ocurre decir.
Con total naturalidad habla de su darle “cocoba” a los chicos del barrio donde vive. También con naturalidad habla de su tener “astrosis” y lo que ello le molesta en oportunidades.
Hace unos días me encontraba, debido a una actividad que acompañaba, cuando me llamó la atención su hija (de unos muy pocos años) que lloraba sin ningún motivo aparente. Le pregunto la razón del llanto de la pequeña y me respondió: “Lo que pasa es que ella es vegetariana y hasta que no la operen de la garganta hay veces que está muy incómoda” me estaba haciendo saber que su hija tenía vegetaciones.
Debí hacer un esfuerzo para no esbozar una sonrisa ante su error, pero muy serio, continué hablando con ella y lamentando la compleja situación de su hija.
Ya no era una mala pronunciación, sino que era mucho más profunda su equivocación.
Luego me preguntaba si debía hacerle notar su error o debía dejarle confundir “vegetariana” por “vegetaciones” y decidí que tal equivocación no la haría más o menos culta y, tal vez, dicha corrección le avergonzaría.
En su caso son muchas las equivocaciones que, al hablar, comete que, una más, no tendría importancia y, sin duda, no hace a la esencia de su persona.
En su caso esas equivocaciones quedan disimuladas ante un cúmulo de palabras que, con la vida, sabe pronunciar a la perfección. Empuje, solidaridad, superación, alegría, determinación, ayuda. Son algunas de esas palabras que hace vida y pronuncia muy bien. Pronuncia tan bien que encuentra otras voces que se unen a la suya para que cada una de ellas suenen con más fuerza y compromiso.
Ella me hace pensar en las veces que “etiquetamos” a alguna persona por sus errores y no tenemos en cuenta sus cualidades o virtudes.
Como si una persona fuese, únicamente, equivocaciones o errores y no tuviese nada positivo que pudiésemos resaltar o destacar. Todos tenemos un conjunto de virtudes y de equivocaciones que hacen a nuestra existencia puesto que son los que hacen seamos lo que somos.
Si fuésemos únicamente defectos deberíamos desconfiar de la acción perfecta de Dios. Si fuésemos únicamente cualidades deberíamos desconfiar de la acción de Dios.
Los primeros harían todo equivocadamente puesto que sus limitaciones le impedirían encontrar en sí mismo fortalezas para superarse y Dios nos quiere, a todos, felices y para ello necesitamos de nuestros errores y de nuestras virtudes que nos hacen superarles. Los segundos no tendrían necesidad de superar ninguna limitación y, por lo tanto, no necesitarían de la ayuda de Dios que siempre nos ayuda a que nos ayudemos a superarnos.
Se podrá tener “astrosis” y ser “vegetariana” o tomar mucha “cocoba” pero nada de ello hace a lo que se hace que es lo que verdaderamente importa de las personas. Es con nuestro actuar que pronunciamos nuestras mejores palabras y, tal vez, sean esas las que sea necesario prestar atención y ayudarnos a corregir.
Si no nos dejamos ayudar continuaremos pronunciando palabras equivocadamente o esperando ser operados de la garganta para perder las incomodidades que el ser “vegetarianos” nos proporciona.
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