El puente
Por el Padre Martín Ponce De León
Entre los dos barrios existe un puente que marca el comienzo y el fin de cada uno. Digo un puente por no decir una sencilla pasarela puesto que de puente posee muy poco por tamaño y estructura, pero, sin lugar a dudas hace las veces de puente.
Cruza por sobre una muy modesta cañada con un agua muy turbia y abundante basura en sus orillas por más intentos de limpieza que, cada tanto, se realiza
Casi a la misma distancia del puente, en ambas orillas, se encuentran dos comedores. Sin duda algunos de los chicos que asisten a ambos comedores son los mismos ya que no funcionan en identidad de días.
Ambos comedores tienen muchos puntos en común. Ambos están llevados adelante por vecinas de los barrios. Ambos tienen como principales destinatarios a los chicos de la zona. Ambos son llevados adelante a fuerza de pulmón y ganas. Ambos desean realizar, semana a semana, lo mejor a su alcance. Uno funciona en una casa de familia y el otro en un local construido, expresamente, para tal fin.
En diversas oportunidades se ha buscado poder coordinar esfuerzos y plantar, entre ambos, la semilla de la cooperación, pero, tal cosa resultaba un imposible por muy diversas razones. Era evidente que cada uno buscaba marcar su identidad e independencia y ello hacía que fuese imposible alguna actividad en común. Todos los posibles intentos habían naufragado ante la realidad de intereses irrenunciables.
Pero un día… el puente cumplió su cometido. Por la curva de la calle vieron aparecer a una de aquellas mujeres. Caminaba con decisión y convencimiento. Se acercaba al comedor del barrio vecino a colaborar ofreciendo su mano.
El puente, que durante mucho tiempo había servido para marcar el límite de cada lugar de influencia, servía, ahora, para acercar y unir las dos realidades.
Durante mucho tiempo se esperaba aquel momento, pero despertó sorpresa el hecho de que el puente hubiese, esa mañana, servido para unir las dos orillas. Surgían interrogantes, pero las mismas no tenían respuestas puesto que ellas estaban en el interior de aquella mujer que había cruzado el puente y nadie se animaba a interrogarla y hacerlo carecía de total sentido. Solamente cabían los saludos y las bienvenidas que se le brindaban.
Todos, en nuestras relaciones con los demás, tenemos puentes. Puentes que nos marcan los naturales límites o puentes que nos permiten establecer una natural relación. Sí, el puente puede establecer distancias como, también, pueden realizar cercanías. Todo depende del uso que le demos al mismo.
Su cometido es unir las dos orillas, pero es nuestra postura ante el mismo que le da validez o no.
El puente, por si mismo, no establece relaciones. Somos nosotros los que, valiéndonos del instrumento, quienes permitimos que alguien se acerque a nuestra existencia o somos quienes impedimos que alguien se vea imposibilitado de pasar. Somos los protagonistas de que el mismo tenga sentido o su presencia sea un simple adorno.
Cuando alguien cruza el puente ofreciendo, desde su mano tendida, su colaboración, todo parece llenarse de gozo puesto que la solidaridad se hace manifestación concreta.
Cuando, en nuestra vida, utilizamos el puente y vamos al encuentro de los demás, nos hacemos más humanos porque permitimos a alguien que ingrese a nuestra existencia.
El puente está allí y somos nosotros quienes determinamos su servicio en la medida que lo utilicemos o nos limitemos a saber que está.