Por el Padre Martín Ponce De León
Es una de esas realidades exigentes de nuestro ser de cristianos. El perdón es una de esas realidades que deben formar parte en la esencia de nuestro ser de cristianos. Diariamente rezamos: “perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos”
En nuestra relación con Dios introducimos decididamente a nuestra relación con los demás. Como siempre, nuestro actuar debe estar orientado a Dios.
Para Él el perdón es “borrón y cuenta nueva”. Para Él el perdón es “volver a dejar nuestra hoja en blanco”. A nosotros nos cuesta mucho dominar el saber perdonar.
Llegarlo a dominar es poner en acto lo mejor de nosotros mismos.
Pero es todo un largo proceso que debemos transitar para poder dominar el saber perdonar.
Creo que lo más difícil es ese elemental punto de partida como es el hecho de reconocer que nos equivocamos, que ofendemos.
Generalmente somos más propensos a descubrir los errores de los demás. Los nuestros los justificamos o nos ubicamos detrás de fáciles excusas.
Cuando reconocemos que nos hemos equivocado ofendiendo a alguien nos sentimos mal. Ese sentimiento nos lleva a la necesidad de intentar revertir tal situación.
En oportunidades nos acostumbramos a convivir con esa sensación.
Conviviendo con tal sensación la vamos acallando, mitigando hasta lograr depositarla en el olvido.
Pero cuando esa sensación se nos hace incomodidad necesitamos intentar revertir tal situación.
Una vez asumida nuestra realidad de haber ofendido debemos ser honestos en cuanto a la realidad y la dimensión de nuestra ofensa. No debemos minimizar lo hecho por nosotros. No debemos darle una dimensión mayor de lo que la realidad posee.
Debemos repasar el listado de las personas que hemos ofendido. Y entonces………. debemos asumir que podemos disculparnos cuanto antes.
Lo mismo que nos sucede a nosotros le sucede a los demás. Nos “manijeamos” y magnificamos lo sucedido.
No debemos dar tiempo al otro a que se “enardezca” con la meditación de lo sucedido.
Cuanto más tiempo dejamos transcurrir más nos costará dar el primer paso y más importante se volverá lo por nosotros realizado.
Pero, tampoco podemos dar ese paso de solicitar perdón en el momento mismo de la bronca. Cuando antes, pero una vez pasado el momento de la bronca.
Una vez realizado nuestra solicitud de perdón ya no debemos continuar revolviendo lo sucedido. Si continuamos revisando lo sucedido estamos mostrándonos a nosotros mismos que no hemos olvidado lo sucedido. El perdón implica olvidar, verdaderamente, lo sucedido.
Para ello debemos ejercitarnos brindando, sin resquemores, nuevas oportunidades.
Quizás alguien puede pensar que muchas ofensas son menores como para ejercitarse en el nada fácil arte de perdonar y pondrá en práctica tal cosa cuando la ofensa sea verdaderamente digna de consideración.
Son esos “pequeños perdones” los que nos habrán de ayudar realmente a que cuando llegue el verdadero momento lo podamos poner en acto.
Sin duda que por más que miremos a Dios jamás habremos de tener un perdón semejante al suyo.
Podremos perdonar, pero siempre podremos mejorar la calidad de nuestro perdón.
Como todo saber siempre podremos descubrir que aún no lo dominamos acabadamente y la mejor forma de mejorarlo es ejercitarnos en el difícil arte de perdonar.
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