martes 3 de diciembre, 2024
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De dios y de nosotros

Padre Martín Ponce de León
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Padre Martín Ponce de León

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Por el Padre Martín Ponce de León

Cuando rezamos el Padre nuestro manifestamos que Dios “está en el cielo”. Jamás podemos olvidar el contexto de tal afirmación. Se vivían tiempos donde lo frecuente era la expresión física de los dioses. Dioses de los más variados y diversos materiales. El pueblo judío era un pueblo rodeado de religiones muy diversas a la suya. Se puede decir que, comparando su propuesta religiosa con la de sus vecinos, la suya era una propuesta muy simple. En primer lugar, era la propuesta de un único Dios, lo que ya era una peculiaridad. En segundo lugar, era una propuesta donde Dios carecía de representación física. Esta originalidad responde a su condición. Era, en sus orígenes, un pueblo nómade puesto que dedicado al pastoreo como actividad preferente. Su vida se desarrolla en ese constante andar peregrinando en búsqueda de pasturas y agua para sus ganados. Sus casas y establecimientos no son otra cosa que sus tiendas de campaña que debían ir trasladando conforme las necesidades de sus ganados. Resultaba complejo, junto con todas sus pertenencias, el acarreo de estatuas. Pero eran, también, un pueblo limitado a experiencias sencillas y, por lo tanto, sin la necesidad de volcar en dioses un complejo entramado de relaciones complejas. En reiteradas instancias el pueblo expresó su deseo de ser como sus vecinos construyendo alguna imagen a quien brindar su religiosidad, pero siempre encontró la oposición de quienes veían en ello una de las grandes traiciones a su esencia religiosa. Volviendo al comentario de la oración. el primer sentido de la afirmación “que estás en el cielo” es una reafirmación preventiva de cualquier tipo de idolatría. Pero, también, necesario se hace mirar el sentido del cielo. Hoy nosotros afirmamos que el cielo es un estado. Creo que para ellos el cielo era un lugar ubicado por sobre todas las cosas. Era un espacio ubicado por sobre todo lo visible y allí se encontraban todas “las cosas” de Dios. Dios, desde allí, hacía legar “sus cosas” en forma de bendiciones para el crecimiento de la bondad del ser humano (justicia). El hombre bueno era el hombre justo. Si todo lo bueno provenía de Dios todo, luego de utilizado, debía volver a Él. Por ello afirmar que Dios “está en el cielo” implicaba un compromiso de vida en lo de cada día. La forma de hacer que “las cosas” de Dios retornen a él es actuando conforme Él lo desea, es agradándole. Por ello vivir era nunca perder de vista a Dios. Implicaba trascender las cosas para vivir conforme “las cosas” de Dios. Es vivir en un constante discernimiento entre lo que es secundario y lo esencial para saber optar por esto último. El cielo es aceptación de la voluntad de Dios, agradecimiento, respeto, solidaridad y gratuidad. El cielo es amor porque Dios es amor. Vivir “las cosas” de Dios es vivir conforme el amor y sus consecuencias. Vivir “las cosas” de Dios es tener como prioridad todo lo que hace al reinado de Dios. Lejos de alejar a Dios con el hecho de afirmar que está en el cielo no se hace otra cosa que acercarlo a la vida de cada día. Porque está en el cielo la vida debe ser esa búsqueda constante por llegar hasta Él. Pero es, también, un compromiso a vivir un estilo de vida conforme “las cosas” de Dios. Si nuestra vida está orientada al cielo (única forma de volver a él) debo ser testigo de tal realidad como, también, constructor de la misma aquí y ahora. El cielo, como destino vital, no es un deseo o un buen augurio. Es una tarea y una responsabilidad. Reafirmar que Dios “está en el cielo” es asumir el compromiso de que está en cada uno de nosotros la tarea de hacerlo presencia entre todos con nuestras actitudes. Dios ha querido necesitarnos.