Dr. Fulvio Gutiérrez
Desde hace un tiempo he notado que, a nivel de los dirigentes y candidatos de los partidos políticos, se reitera con frecuencia, la necesidad de tomar las medidas que puedan corresponden para paliar la denominada “pobreza infantil”. El tema obviamente no es nuevo, pero me molesta un poco por la oportunidad en que se incrementa su tratamiento, por la época y momento que vivimos, pues se transforma, quiérase o no, en una actitud politiquera y demagógica. En este tema, no hay que buscar votos, hay que aportar soluciones. Y debe aprobarse una política de Estado.
Para empezar, no comparto que se hable de “pobreza infantil”. No existe la pobreza infantil, porque los niños no trabajan, ni deben hacerlo, no tienen ingresos, y por su obvia consecuencia, no son pobres por ellos mismos. Entiendo que se debe hablar de “pobreza familiar”, porque los niños son pobres o no, por el hecho de formar parte de una familia pobre o de una familia que no lo es. Entonces, tratemos de solucionar el problema de la pobreza familiar, porque de esa forma solucionamos el problema de toda la familia, incluyendo la de los niños que la integran. Y esto no es solo un problema semántico. Es la realidad, y así debe ser tratada. Porque, en definitiva, los niños y adolescentes no solamente tienen necesidades específicas que son distintas de las de la población adulta, sino que, sobre todo en los primeros años de vida, son dependientes de cuidados y susceptibles a lo que acontece en su entorno familiar o más cercano.
Se ha dicho que el término pobreza infantil hace referencia a la situación de los menores de 16 años, que viven en la pobreza y son criados con recursos limitados o nulos, bien por nacer en familias pobres o por carecer de familia u otras formas de apoyo social. Es decir, la pobreza de un niño es consecuencia de la pobreza de la familia que integra. Y eso se expresa en malnutrición, dificultades de acceso a la educación generalmente vinculados con el nivel bajo de educación de los padres, dificultades relacionadas a la no existencia de servicios públicos de salud, falta de saneamiento básico, así como la carencia de niveles elementales desde el punto de vista cultural, económico, político, social, etc. Es decir, el origen de la pobreza del niño, es la pobreza de su familia, y no al revés. Entonces lo que hay propugnar en primera instancia, es el mejoramiento familiar.
En forma genérica, la respuesta de organismos especializados en la protección familiar, es crear oportunidades de empleos para los padres o jefes de familia, asegurar medios de vida decentes y sostenibles, promover mejores políticas gubernamentales, a cargo de instituciones justas y responsables. Porque seamos claros. La pobreza va más allá de la ausencia de ingresos y recursos económicos. Porque en definitiva no se trata de repartir dinero entre las familias pobres, sino que la ayuda debe ser integral y acompañada de un control muy exigente del destino de la misma, para evitar su mala administración o el desvío para fines no queridos. En verdad, se trata de un problema de derechos humanos, que también afecta al hambre y a la malnutrición, a la falta de vivienda digna, al acceso limitado a servicios básicos como la educación y la salud y a la discriminación y la exclusión social que comprende la ausencia de la participación de las personas pobres en la adopción de decisiones. El tema es muy complejo, y por eso hay que tener mucho cuidado
Las Naciones Unidas han recomendado una serie de caminos que se deberían seguir, para tratar de solucionar estos problemas de la “pobreza familiar”, y por lógica consecuencia de la “pobreza infantil”, dentro de un estudio que se ha dado en llamar Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Son sugerencias, que lógicamente deberán adecuarse a la realidad de nuestro país. Pero hay que hacerlo con urgencia.
Seguramente en nuestro país, algo se ha hecho. Pero está claro que lo que se haya hecho, ha sido insuficiente.
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