Por Carlos Silva
La ciudad de Salto, durante años, fue un símbolo de pujanza en el interior del país. Reconocida como un motor económico, turístico y productivo, supo ganarse el título de la “capital del interior”. Sin embargo, esa imagen que nos llenaba de orgullo ha sido erosionada con el tiempo. Hoy, tras diez años de gestión del intendente Andrés Lima, la Intendencia de Salto enfrenta una realidad preocupante: una ciudad estancada, con infraestructura destruida, carente de planificación y con un déficit económico insostenible.
Es momento de hablar con claridad. La próxima elección departamental del 11 de mayo de 2025 no es simplemente una contienda política más; es, en definitiva, la última oportunidad para recuperar el rumbo y evitar que Salto se convierta en una nueva Montevideo. Pero este cambio no será posible si las campañas políticas se siguen manejando con generalidades vacías, slogans rimbombantes y promesas que jamás se concretan. La gente ya no puede conformarse con discursos, necesita propuestas reales, factibles y con un claro horizonte de ejecución.
El diagnóstico es innegable. Salto atraviesa un deterioro económico y social que salta a la vista. El estado de las calles es una metáfora viva de la desidia: pozos, caminos intransitables y una infraestructura urbana que no soporta más el abandono. La falta de mantenimiento no es solo una incomodidad para los ciudadanos, sino una traba concreta para cualquier intento de desarrollo. ¿Cómo puede una ciudad atraer inversiones, potenciar el turismo o brindar calidad de vida si su infraestructura básica está en ruinas?
Pero los problemas no terminan ahí. El crecimiento desmedido de asentamientos refleja una realidad social dolorosa: cientos de familias salteñas que viven sin acceso a los servicios básicos. A esto se suma la ausencia total de planificación en materia de viviendas, una deuda histórica que la actual administración no solo no ha resuelto, sino que ha profundizado. Por otro lado, el déficit fiscal de la intendencia se ha disparado de forma alarmante, superando los 2.000 millones de pesos, más del doble que hace una década.
La realidad actual exige algo más que diagnósticos. Necesitamos un cambio profundo y urgente, liderado por un equipo que sea capaz de ofrecer no solo esperanza, sino también herramientas concretas para transformar el departamento. La figura de Carlos Albisu y su equipo surge en este contexto como la alternativa real y seria.
Primero, la infraestructura. Salto no puede esperar más para iniciar un proceso de reconstrucción integral de sus calles, caminos y espacios públicos. El retorno a la planificación y al orden será el puntapié inicial para darle nueva vida a la ciudad, generando condiciones para que los salteños puedan moverse, trabajar y producir en un entorno digno.
Segundo, la economía. Salto debe recuperar el equilibrio fiscal y, al mismo tiempo, atraer inversiones que generen empleo genuino y sostenible. El departamento necesita un gobierno que tenga como bandera la eficiencia y el uso responsable de los recursos.
Tercero, el turismo. Salto tiene en su potencial turístico una fuente inagotable de desarrollo económico. Las termas, el río, los paisajes naturales y la calidez de su gente son activos que, con una correcta gestión y promoción, pueden convertirse en uno de los principales motores del desarrollo.
Es tiempo de tomar conciencia. Esta puede ser la última oportunidad para revertir el rumbo y recuperar el orgullo de ser salteños. Un Salto ordenado, productivo y pujante no solo es posible, es necesario. El desafío está planteado y la respuesta dependerá de todos nosotros.
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