Por el Padre Martín Ponce de León
En cada realidad las preguntas surgen espontáneamente. Pueden ser preguntas que se formulan colmadas de generalidades, pueden ser preguntas que hacen a cada situación. ¿Cómo han pasado? Es una pregunta que uno formula sabiendo, generalmente, cual habrá de ser la respuesta. “Bien” “Tranquilos” “En familia”. Son algunas de esas respuestas que, con mayor frecuencia, uno recibe. Es una pregunta que se puede formular en cualquier lugar y la respuesta no escapa de, también, generalidades. Resulta muy distinto cuando uno pregunta por una realidad bien concreta “¿Cómo ha pasado su hija este tiempo?” Quiere decir que se tiene presente la situación particular de la hija de esa familia y la respuesta que se recibe siempre concluye con un “Gracias por interesarse” Cuando la cercanía se hace efectiva, son estas segundas preguntas las que, verdaderamente, importan puesto que dicen de un tener presente una situación y un estar interesado por tal situación. No es un interesarnos por el simple hecho de conocer algún detalle más, sino que dicen de un prestar atención y un verdadero interés por una situación que puede estar afectando una situación familiar. A lo largo de este tiempo fui aprendiendo a comprender la importancia de, lo que yo llamo, “pastoral de cercanía”. No tengo mucha capacidad de conocer nombres y poder formular las preguntas como el nombre de la persona involucrada, pero sí, puedo recordar situaciones bien concretas. Mucho me llama la atención la capacidad de algunas personas para saber y recordar nombres y sus situaciones particulares. Son esas personas quienes me enseñan y ayudan a practicar la “pastoral de cercanía” que, entiendo, es tan importante hoy en día. El otro no es, simplemente, un rostro o un lugar, sino que es una serie de situaciones bien concretas que se deben tener en cuenta y ellas deben ser disparadoras de una relación que manifieste cercanía. Hace un tiempo fuimos a una casa donde la dueña de casa nos relató el difícil momento que vivía con su hija a causa de su enfermedad. Pasado un tiempo, al preguntarle por le hija, se le llenaron los ojos de lágrimas, y relató el cómo se había agravado la situación debido a la violencia con la que se estaba comportando. Volver a aquel lugar y no preguntar por la relación con su hija no era otra cosa que manifestar que lo relatado anteriormente no había dejado de interesarme. Era lo que estaban viviendo y ello lo hacía importante y, como tal, debía interesarme. No pretendía detalles o situaciones concretas, pero, sí, manifestar que lo relatado me había importado y, desde allí, formular una pregunta que pusiese de manifiesto la cercanía con su situación. La “pastoral de cercanía” no consiste en coleccionar detalles, es estar atento a la realidad que cada familia vive. La respuesta que uno puede recibir depende de lo que se quiera brindar y, la misma, debe ser tomada como una muestra de confianza y nada más. No siempre se nos ocurre la pregunta justa y necesaria y, en oportunidades, podemos utilizar palabras que resultan equivocadas. En ocasiones preferimos guardar un tímido silencio antes de cometer algún error formulando alguna pregunta. ¿Qué es lo que hay que preguntar? ¿Qué es lo que no hay que preguntar? Es imposible dar una respuesta a cualquiera de las dos interrogantes. Lo cierto y verdadero es que son muchas las veces que cometemos errores pero ello es un mal necesario cuando necesitamos manifestar cercanía. Es mucho mejor pedir disculpas que mantenernos en la seguridad del margen.