Por el Dr. César Suárez
Cada edad tiene su impronta y los iguales o parecidos suelen juntarse para encarar los temas de interés de cada grupo.
Los niños muy pequeños, recién nacidos o de pocos meses, son muy dependientes, se alimentan, duermen y su herramienta fundamental en el llanto estridente para que nadie quede indiferente y todos corren a atenderlo y rápidamente ellos aprenden que tiene en su poder un arma intimidante y la usan a su gusto y gana para cualquier propósito y lo conservan por cualquier eventualidad como recurso por varios años y ocasiones abusan de él.
Por mucho tiempo no tiene tema de conversación, pero se hacen entender, después van al jardín de infantes y comienzan a socializar a regañadientes, se pelean por los juguetes y vuelven locas a las maestras.
Cuando llegan a la edad escolar ya es otra cosa, ya son veteranos de la enseñanza, manejan el idioma con facilidad y se desempeñan con solvencia, no como yo que cuando inicié la etapa escolar en una escuela rural, tenía casi 7 años y me lloré todo junto por falta de entrenamiento en la convivencia con mis parecidos.
Los años siguen pasando y se conforman las barras de amigos, antes, para jugar en la calle, en las plazas, en las canchitas de fútbol, o andar en bicicleta, ahora, para jugar en línea jueguitos electrónico con juegos de exterminio de los personajes de ficción, donde cada uno muere y resucita en el juego siguiente y donde la destrucción y la muerte es un juego y la guerra y las batallas, una diversión como naturalizando acontecimientos dramáticos que lamentablemente afectan a la humanidad.
Ya más grandes, tienen que comenzar a pensar que proyecto de vida tendrán, y siguen con los jueguitos electrónicos, ahora más relacionados a los deportes jugando partidos de fútbol virtual que cada vez se parecen en imagen a un partido real.
Luego estudiar, o conseguir trabajo y comenzar en una escala progresiva con la filosofía del consumismo, de las compras en cuota, soñar, fantasear con tener mucho dinero.
Después las circunstancias marcan que hay que formar una familia, tener hijos, conseguir 2 o tres trabajos para sostener el consumo, volver a casa sólo para dormir, y dejar que los hijos se entretengan como puedan porque no les queda tiempo para acompañarlos.
Después los hijos crecen, consumen como lima nueva, no hay recurso que alcance a pesar de las horas extras, entonces crece la panza, junto a la disminución progresiva de la musculatura y mientras aumenta el pelo corporal, el pelo de la cabeza comienza a debilitarse en ritmos diferentes, las rutinas comienzan a ser mortificantes y ya llega el deseo de jubilarse, pero aún no da la edad ni los años de aporte y hay que seguirla remando, tratando de hacer la plancha mientras se espera que los hijos se independicen pero ellos tienen otra idea y se hace casi imposible desalojarlos porque ahí se sienten re cómodos, además, por si fuera poco, en vez de irse, traen la pareja a vivir a casa.
Al fin, llega la hora de jubilación, y cuando se dan cuenta del monto que les toca, se quieren morir, al final, los hijos por fin se van a vivir solos o acompañados, se le ocurre tener hijos y como no los pueden cuidar, los dejan con los abuelos.
El veterano ya jubilado, ya se acostumbró a vivir con lo que tocó de jubilación, se junta con sus iguales, hablan un poco de fútbol, pero sobre todo de enfermedades, de reuma, de las rodillas, de los doctores de análisis de medicamentos, de los nietos y así se va yendo la vida, y al mirar atrás cada uno ve el camino recorrido, se lamenta, se conforma, se arrepiente y al final se resigna, es lo que hubo y es lo que hay, trata de conformarse con lo que queda a pesar del reuma, la hipertensión, del insomnio y cuanto achaque se cruce en el camino y si tiene suerte y cuenta con nietos, le vuelve a encontrar el sentido a la vida y ya no le importa más nada, con eso da y sobra.
Columnistas