lunes 23 de junio, 2025
  • 8 am

The Neverending Story

Armando Guglielmone
Por

Armando Guglielmone

61 opiniones

Por Armando Guglielmone.-
Así se llama una película icónica de fantasía de los años ochenta, el nombre en español sería La Historia Sin Fin, y así se debería llamar la “película” que vivimos constantemente asociado al asunto de perros que muerden. Gente me ha preguntado sobre este último caso conocido en nuestra ciudad referido al supuesto dogo argentino, menciono supuesto pues no lo he visto, que mordió a una niña, que gracias a Dios se encuentra fuera de peligro. He mencionado infinidad de veces, hasta el aburrimiento, que los perros siempre han mordido a lo largo de la historia del hombre, obviamente, no es que por esto haya que tomarlo sin importancia, es muy importante, lo que no habría que hacer es caer es siempre en el mismo lugar común de ponerse a debatir, casi filosóficamente, sobre “razas peligrosas”. Los que muerden son perros, no razas, y muerden en situaciones puntuales, generadas o no, no al azar. Pero acá es donde aparecen los entendidos en todo a opinar en contra o a favor, dándole tema para la semana.
Leyendo los comentarios dejados por la gente en algunos medios en redes sociales, se nota la total falta de conocimiento sobre el tema, sin mencionar que la manera de escribir hace sangrar los ojos, entonces ahí es donde piensas, si no sabes siquiera escribir correctamente, cómo te pones a opinar del tema, y esto es válido para todo. Por suerte se le iba a informar al INBA que seguro va a dar una solución al tema (sarcasmo). Creo firmemente que lo que la gente debería empezar a hacer es a usar, primero que nada, el sentido común. En los albores de nuestra especie, antes del perro como tal, los humanos sabían que no era conveniente acercarse a animales que pudieran representar un peligro para su integridad física, se mantenían coyotes, lobos, licaones o dingos lo más lejos posible. Nadie quería exponerse a ser mordido o peor aún, devorado por estos. Luego cuando los perros se formaron y unieron a nosotros eran, en su etapa adulta, perros de trabajo, estaban ahí para ayudarnos en la caza o en nuestra protección, solo los cachorros jugaban con los niños. Obviamente, a medida que fueron pasando los siglos fuimos creando razas por selección más aptas para compañía, sin importar el tamaño. Hay desde gigantes amables hasta pequeños cascarrabias que no dudan en morder, y a nadie le importan estos últimos pues no tienen potencial seguro para causarnos heridas graves o muerte. Así que considero que lo habría que hacer es elegir el perro cierto para uno y adecuar el lugar e incluso controlar los momentos de ocio entre niños y estos perros, no razas, de tamaño grande o potente.
Mucha gente, lamentablemente, vive despreocupada sobre lo que pueda pasar. Casa por medio de donde tengo un cliente, una persona tiene dos dogos argentinos, ya que estamos, que se ponen tremendamente de mal humor al pasar uno por su vereda. Se entiende si miramos que están muy cerca de un barrio complicado y los precisan por seguridad, lo que no se entiende es que haya un débil tejido y portón para tratar de contenerlos, sobre todo habiendo siempre niños jugando frente a estos, activando a veces, inconscientemente, el impulso de caza. Y este sábado pasado, caminando con un perro de raza pitbull, al pasar frente a una casa cercada perimetralmente con tejido, en un barrio bonito de los que tenemos en Salto, un dogo de burdeos, enorme, pasó a través de un agujero del cerco y se acercó a nosotros mirando desafiadoramente al perro que estaba conmigo. Controlando mi perro para que actuara pasivo, dio el tiempo para que pudieran entrar el perro a la casa, con el consabido “¡este no hace nada!” y nunca el “perdona por favor, ya arreglo el hueco, no lo vi”.
Con esto quiero resaltar que no importa donde vivas ni el grado intelectual o económico que tengas, tienes que ser precavido, la confianza mató al ratón.