lunes 14 de julio, 2025
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Amor al prójimo

Padre Martín Ponce de León
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Padre Martín Ponce de León

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Por el Padre Martín Ponce De León
Cuando Jesús quiere ejemplarizar el amor al prójimo recurre a una parábola bien breve y bien desconcertante. En dicha parábola aparecen pocos personajes, pero con una conducta diametralmente opuesta. El principal protagonista es un alguien que no tiene nombre ni rostro, es un alguien anónimo. Por ello puede ser cualquiera que sufre y está “tirado al borde de la vida”.
Es un alguien que es víctima de una situación de violencia como las muchas situaciones de violencia que existen en la humanidad de todos los tiempos.
Los otros personajes son, por un lado, dos profesionales de la religión (un levita y un sacerdote) y un samaritano (considerado un hereje por estar al margen de la religión del pueblo de Israel). Tirado en el camino no pide ayuda ni se encuentra allí para dar lástima. Está tirado y golpeado porque eso es lo que la realidad tenía para él, y, desde su situación habla con total elocuencia.
Recuerdo que hace muchos años, en la sección del diario “Latidos de la ciudad” ponían de una situación vivida en la puerta de un templo. Una señora iba a subir la escalera para entraral templo y resbaló y cayó doblándose un pie. Debió quedarse sentada mientras gruesas lágrimas de dolor rodaban por sus mejillas. Los que entraban al templo para asistir a misa lo hacían con prisa y ninguno pudo detenerse. Un taxista, de la parada de la esquina, se acercó, la ayudó a levantar y, en su taxi, la acercó hasta su casa.
La historia se repite, aunque con matices distintos.
Todo el relato evangélico se centra en las diversas actitudes ante el hombre golpeado y robado, que no es otra cosa que decirnos que es víctima de las injusticias de la vida. Son posturas que se reiteran, de diversas maneras a lo largo de la historia.
El sacerdote viene de cumplir con su obligación en el templo y ello, lo otorga un grado de pureza que no quiere perder tocando a alguien que está cubierto de sangre. El levita es el técnico en los rituales religiosos y, por lo tanto, muy en claro tiene lo que significa ayudar a aquel hombre en aquel estado. Volver a recuperar la pureza ritual era un algo que implicaba mucho y, ninguno de los dos, estaban dispuestos a deber pasar por ese engorroso trámite.
El samaritano está por fuera de la letra de la ley. Su cumplimiento con Dios pasa por otros caminos y por otro templo. Nada le impide estar con un corazón atento y disponible a lo que le rodea y, como no podía ser de otra manera, se pone “manos a la obra” ante lo que se encuentra en el camino.
Sin lugar a dudas lo de Jesús es demasiado claro como para que puedan existir diversas interpretaciones o cuestionamientos a posturas posibles. Para Él la religión auténtica pasa por gestos concretos de amor al prójimo.
Ese prójimo que no tiene nombre ni situación. No le pregunta qué le ha sucedido, el amor está por sobre la curiosidad o los detalles del hecho. El amor no se detiene ante ello, sino que, inmediatamente, se hace gesto y repuesta.
Sin los necesarios gestos concretos, el corazón de samaritano podría haberse compungido, pero nada sería lo mismo. Son necesarios esos gestos que materialicen el amor y ello es lo que da sentido verdadero al amor que puede experimentarse.
Cuando la religión se hace gestos concretos de amor al prójimo se vuelve verdadera y adquiere la plenitud de su sentido. Ello es lo que pide Jesús y espera de cada uno de aquellos que nos decimos seguidores suyos.
Cuando la religión se hace cumplimiento (solamente cumplimiento) hace que nuestros corazones se endurezcan y, se vuelvan insensibles ante la realidad del dolor humano.