Por Leonardo Vinci.
El niño Dionisio Díaz debería vivir por siempre en el corazón y la memoria de los uruguayos.
Como un ángel que cayó del cielo, este pequeño protagonizó una historia que emociona y toca nuestras fibras más íntimas.
La tumba donde descansa, siempre está rodeada de flores frescas.
Su nombre es venerado por todos aquellos que han escuchado su historia.
Desde hace casi 100 años, Dionisio, el niño gaucho, es el mejor símbolo de los más puros sentimientos de los orientales.
Su paso por esta tierra ha dejado marcado a fuego un ejemplo imborrable.
Tenía 9 años cuando vivía en uno de los 3 o 4 humildes ranchos con piso de tierra existentes en el paraje conocido como «El oro» en el Departamento de Treinta y Tres.
Cierto día, una dolorosa y violenta disputa familiar, – entre el alcohol, el descontrol y la locura, – llevan a su abuelo a acometer con un cuchillo a su propia hija, María.
La apuñala. Dionisio se interpone e intenta proteger a su madre. Es herido en el vientre con el arma blanca.
Mientras la violencia desencadenada destroza a su familia, Dionisio corre a buscar a la pequeña hermana y se esconden en un pequeño galpón.
El niño gaucho sufre toda la noche serios dolores provocados por la herida abierta.
Tras esas horas interminables de la madrugada, estando por amanecer, reinando el silencio en el rancho, se apresta a salir con la niña en brazos rumbo al poblado distante unos 4 kilómetros de allí.
Con los intestinos al aire, tiene el tino de tomar una camisa y la anuda a manera de faja sobre el vientre.
Abrazando a su hermanita, inicia la marcha perdiendo mucha sangre debido a la terrible lesión.
Camina huyendo del horror hasta llegar moribundo a una casa donde pide
balbuceando con un hilo de voz «…cuiden a la criatura porque yo me estoy muriendo».
Esa increíble proeza de recorrer kilómetros pisando descalzo el pedregullo, atravesando alambrados, herido de muerte, lo convierte en un ejemplo supremo de lo mejor de nosotros mismos.
Salva la vida de la pequeña dejándola en manos de vecinos, y con sus últimas fuerzas se dirige a la Comisaría del pueblo a media mañana un 10 de mayo de 1929.
En el libro de novedades del destacamento puede leerse: «Sr. Jefe de Policía de Treinta y Tres. Llevo a conocimiento de vuestra señoría, que a la hora 10 del día de hoy, se presentó ante esta Comisaría el menor de 9 años Dionisio Díaz, herido de una puñalada en el vientre, manifestando que el autor era su abuelo de nombre Juan Díaz, quien a su vez, había dado muerte a sus hijos Eduardo y María, esta última, madre del nombrado menor. Solicitó presencia inmediata del médico de la policía debido a la gravedad del niño. Salgo para el lugar del hecho. No tengo más datos. Firma el Comisario de la segunda seccional.»
Al llegar el médico de Vergara, volvió los intestinos a su lugar vendando al niño, sin suministrarle remedio alguno o intentar otra cura.
Allí quedó Dionisio, sufriendo toda la noche hasta que a la mañana siguiente la policía le pidió a un Señor que tenía un coche de alquiler que lo llevara a la ciudad.
A los pocos kilómetros, Dionisio murió.
La pureza del corazón del pequeño, su valor y coraje, salvaron la vida de su hermanita. Se sacrificó por ella.
Protagonizó una increíble hazaña que nos emociona cada vez que escuchamos o leemos su historia.
Dionisio Díaz, gauchito valiente, pequeño gran héroe uruguayo.
Columnistas