Por Leonardo Vinci
Todavía recuerdo aquel día terrible del 2009 cuando médicos del hospital corrían presurosos llevando a Blanquita Filippini en camilla a una ambulancia, la que partiría inmediatamente en un viaje desesperado por salvarle la vida.
La niña tuvo que enfrentar una y otra vez la adversidad y pagó un precio altísimo debido a las secuelas de la mala praxis.
La familia, tuvo que soportar las incertidumbres provocadas por burócratas sin corazón y sufrir la permanente angustia emocional ante los interminables procedimientos médicos a los que fue sometida la menor.
Con toda la razón del mundo de su lado, iniciaron una demanda civil contra Salud Pública, reclamando por los daños y perjuicios padecidos.
Blanquita y sus seres queridos recorrieron en estos 12 años un tortuoso camino, en el que se encontraron con todos los obstáculos habidos y por haber, puestos por los abogados de la administración a instancias de los gobernantes de turno.
La justicia les dio la razón una y otra vez a los demandantes, pero desde las altas esferas del Estado – imperturbables – los leguleyos, acatando las órdenes de los ministros, apelaron las decisiones de los jueces favorables a los Filippini.
En su momento, Salud pública no tuvo en cuenta el fallo condenatorio inicial. Tampoco aceptó la sentencia de los tres magistrados pronunciada en segunda instancia, aunque de la misma surge que se comprobó la existencia de «errores inexcusables».
A lo largo de todo este peregrinar, como ha dicho Don Omar Filippini, «pasaron muchas cosas feas».
No, no y no era la respuesta de la Administración al petitorio de Blanquita.
Pareciera que el tesoro nacional no disponía de fondos como para atender estos planteos, aunque sobraron recursos para que el gobierno «progresista» gastara más del doble de lo reclamado por la familia Filippini, en una fiesta pantagruélica e innecesaria que duró tres horas, para recibir a la presidenta argentina en la refinería de la Teja.
No les alcanzó dañar gravemente la vida de una niña y destruir una familia, sino que, en vez de asumir sus responsabilidades – además – las jerarquías hicieron inoportunas declaraciones públicas.
Habría que preguntarles – como Welch a McCarthy – «¿No tienen ustedes decencia? ¿No le queda ningún rasgo de decencia?»
Con la directa y muy acertada intervención del presidente Lacalle, el Directorio de ASSE desautorizó a quienes durante años, obedeciendo a un gobierno falto de sensibilidad, presentaron toda clase de argumentos y recursos para tapar el sol con la mano.
Ya era hora que se respetaran los fallos judiciales.
Es cierto que – al decir de su abogado – «no hay dinero que le devuelva las piernas.», pero al menos se sabrá que hay justicia en este País.
El emocionado abrazo que Blanquita le dio ante las cámaras a ese gran hombre que es su padre – y que observamos con un nudo en la garganta – nos conmovió a todos.
Resulta admirable la determinación y voluntad que demostró nuestra heroína al soportar estoicamente un verdadero vía crucis: clara señal que está dispuesta a conquistar un futuro venturoso.
Termina esta historia en la que, finalmente, las personas de bien le ganaron a la injusticia.
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