Mons. Pablo Galimberti
Mensajes del cielo
Un entretenimiento inventado por mi padre para noches despejada será mostrarnos la constelación de Orión y otras curiosidades a los cuatro varones. Ya grande, durante el Seminario en Roma, esas estrellas “me hablaban”.
Gratuidad y espíritu mercantil nos seducen. En la sociedad, la familia o rumiando nuestros pensamientos, afectos y opciones que elegimos. Garet plantea el dilema como interpelación persistente más que como asunto laudado.
El sabio renacentista Angelus Silesius, citado en el subtítulo del capítulo 14 dejó esta perla de sabiduría:“La rosa es sin un por qué. Florece porque florece, no se cuida de sí misma, no pregunta si se la ve.”Viviríamos con más serenidad si, relegando la sociedad del espectáculo, dejáramos la ansiedad por “cumplir” roles en lugar de vivir con naturalidad.
La escena del capítulo 14 muestra una avioneta volando a baja altura. Y con la estela blanca “escribe” lo siguiente: “El verso no tiene fin”. Enigmático mensaje. Sorprende, inquieta y provoca diversas reacciones, según la percepción de cada espectador. Un simple espejo del alma de cada espectador.
Uno, al estilo periodístico, toma una foto para compartirla con su red de amigos, motivando probablemente variadas interpretaciones. Otro, con espíritu utilitario y capitalista, preguntó para qué el gasto de la avioneta, si no se sabía de qué era la propaganda. Un tercero, apático y perezoso, se pregunta: para qué el esfuerzo si enseguida se lo llevaba el viento. Por último, un desconocido mostraba la foto del aviador cuyo mérito fue captar esos “mensajes del cielo”, que representan la misión que cada uno recibe en la vida y debe cultivar. Los talentos no son para esconder ni enterrar. Jesús condenó severamente al perezoso que en lugar de multiplicar los talentos los guardó con miedo.
Según el primer capítulo de la Biblia, cada uno es un sujeto dotado de la chispa divina y parte de una “totalidad” que “no tiene fin”. Convocados a cultivarla parcela del universo donde nos encontramos. Ni espectadores pasivos, ni meros comentaristas. Más bien atentos cultivadores de las semillas de sabiduría que despiertan el alma, manos e imaginación.
Por último, si “el verso no tiene fin” significa que cada uno podrá decir: yo le doy forma a ese “mensaje” o “llamado”, que un día me llegó, quién sabe por qué camino, con la responsabilidad que me corresponde en el lugar donde estoy. Hay momentos en la vida que estamos ante un “para mí”, ante una decisión que cada uno asume con riesgo, fe y audacia, porque “esto es para mí”.
A veces preferimos ser espectadores miopes y utilitaristas (“para qué el gasto de la avioneta”). Eludiendo el riesgo de gente audaz que puede decir: aquí y ahora este es mi lugar y mi responsabilidad. Educar en la libertad es esto. No zambullirnos desde el borde de un abismo a un vacío. La fe de los cristianos es confianza en un Creador que no “juguetea” con sus creaturas. Nos ha creado “a imagen y semejanza” suya, abriendo un diálogo hacia un encuentro.
Muchas veces jugamos a las escondidas. Nos dedicamos a especular, matar el tiempo, entretenernos. En lugar de ser aviadores que despiertan a dormidos: “el verso no tiene fin”. Es la hora del “para mí”. A quien le “toca” no puede eludirlo. “Audentes fortuna iuvat” (la fortuna ayuda a los audaces), dice Virgilio (Eneida, X).
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