Mons. Pablo Galimberti
Memorias que
alimentan el presente
La protagonista de esta historia es una mujer que con el paso de los años se había ido quedando sola. Los hijos primero, después los nietos, ya ninguno vivía en el pueblo.
Esta mujer, para no ahogarse en su soledad, como relatan los prisioneros en campos de concentración (por ej. Viktor Frankl), que en medio de asfixiantes condiciones se ingeniaron para sobrevivir, inventó lo siguiente. “Desataba nudos de lana, de piola de pesca, de cometas, de bolsas, de lazos que ataban las cajas con los cuadernos de escuela de los hijos”. “Desatar nudos” es como atreverse a cruzar una frontera, abrir un galpón clausurado y tocar utensilios que allí dormían. Y cada cajón o herramienta que tocaba significaban despertaban múltiples resonancias, paisajes y etapas de la vida familiar, que tanto bien nos hace recordar y agradecer. Es asomarse y respirar memorias domésticas, recordando rostros, evocando voces, silencios del paisaje y ritmos de nuestra memoria personal y familiar. Hay lugares propios de la mujer, como la cocina. O de los varones o del hombre que suele ser celoso con sus herramientas propias de un oficio.
Evocar es recordar anécdotas, vecinos, el perro guardián, el primer teléfono del pago, la primera televisión, evocar rostros y agradecer. Esto se deduce al referir que “ya ninguno vivía en el pueblo”. Otros nudos de recuerdos están vinculados con artesanías de pesca para ir al arroyo cercano. Probable memoria de su esposo o de cometas, que ocupaban horas libres de los gurises que aprendían a hacerlas en la escuela.
Es admirable la cualidad de la mujer cuando se convierte en memoria viva de la familia: cuentas pendientes, fechas de vacunas, cumpleaños… Todo está naturalmente presente en la memoria de una madre. Esposo, hijos, nietos, así se fueron sumando nombres, fechas y sucesos familiares que la mujer guarda en sus alforjas. Benditos nudos. En mi familia, cuando tomábamos el viejo y único teléfono preguntábamos a mi madre: decime el teléfono de…
Hacer memoria de estas huellas sirve para agradecer esos nudos invisibles que nuestras madres combinaban con sus manos, ojos y corazón. Y cuando llegaron las nietas que habían aprendido las recetas del Crandon, decían, “prefiero la receta de la abuela”.
La palabra “nudos” me lleva a pensar en un “instrumento” de devoción que ayuda a rezar como lo hacían muchas de nuestras abuelas. Me refiero al “rosario” formado por cuentas que se anudan y sirven para contar los padrenuestros o avemarías mientras se medita una página del Evangelio. Escribe Garet que era la ocupación de la mujer del presente capítulo:“iba desatando los nudos, uno tras otro…”. Uno de sus significados podría estar referido al cordón o rosario de los católicos y que, a su modo, usan también los musulmanes con oraciones muy diferentes. Para los musulmanes la oración es el segundo pilar del Islam. Todos los musulmanes deben rezar cinco veces al día mirando hacia La Meca.
A veces se elogia el pragmatismo de Alejandro Magno por “cortar el nudo” con el objetivo de conquistar el Imperio Persa. Pero en los asuntos de memorias tejidas con afectos, memorias y largo tiempo, no rigen tales criterios.
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