Mons. Pablo Galimberti
Elogio de la Amistad
21 05 06
Leonardo Garet y Osvaldo Pol. Un escritor salteño miembro de la Academia Nacional de Letras y un jesuita de Córdoba, Argentina, con iluminada veta poética. Se conocieron en Jerusalén, el lugar más sagrado para la memoria de las raíces cristianas, invitados a un evento literario. Al regreso la cordialidad y el intercambio no se interrumpieron. Intercambiaban lo que cada uno rumiaba en su propio “taller poético” y se enriquecían con el simple hecho de encontrar un oído atento dispuesto a escuchar.
La amistad entre ambos se mantenía activa hasta que el ritmo del intercambio poco a poco empezó a languidecer. Aconteció que “a uno se le ocurrió no contestar, no dar señales de vida, paladeando la sorpresa que le daría al amigo cuando lo visitara en su próximo cumpleaños”.
Pasó el tiempo y la ilusión de una visita para conocer al poeta en su hábitat cordobés, dedicado a tareas docentes y diversos proyectos, se fue postergando. Los planes se dilataron y la ansiada sorpresa parecía diluirse. Pero silencio no es olvido. Y la genuina amistad renace. El poeta salteño concretó su visita a Córdoba y comprobó que la dirección adonde enviaba las cartas no era exacta. Sonrió. Eran pequeños obstáculos para verificar si la amistad perdura, sorteando inviernos para renacer en primavera.
Doy fe y lo he podido comprobar que las amistades leales fructifican. En el 2009 el poeta salteño logró concretar una visita y encontrar a su amigo en Córdoba. Y para mi sorpresa, fue el mensajero de un pequeño libro que me enviaba Osvaldo Pol con una particular dedicatoria. Revivía finidades literarias que nos había despertado nuestro formador Osvaldo Pol, en los primeros años de la formación sacerdotal. El libro “De Destierros y Moradas”, prologado por Jorge Mario Bergoglio, rector del Colegio Máximo en Buenos Aires, recopila poéticamente los frutos de unos días de soledad.
Los amigos no ahogan. Dejan que entre ellos soplen vientos siempre novedosos y cada tanto nos sorprenden. Logran así plasmar una intuición acariciada en las entretelas del alma.
La amistad se hace pacto y promesa, presente y porvenir, muchas noches cerradas con amaneceres serenos y luminosos, que nos animan a caminar juntos otro tramo del camino. Llegará un último día, para uno o para el otro. Sólo el Señor de nuestros días, el Silencioso Amigo del alma que nos acompaña en todos los suspiros de nuestro peregrinar, conoce ese secreto. Pero abandonar los remos sería pereza o cobardía.
“Encontrar un amigo fiel es como encontrar un refugio seguro. Un amigo fiel no tiene precio…” (Eclesiástico 6,14-5).
En el capítulo que comento, Garet elogia a su amigo Osvaldo Pol. Aplaudo el gesto citando fragmentos de este buen amigo que ya partió al Parnaso celestial:
“Decir adiós un día y otro día.
Dar por perdido lo que fue logrado.
Sentir que el verbo amar nos ha mostrado el corazón de la melancolía…
Decir adiós… Negarse a la osadía de pretender lo que nos fue negado.
Saber perder es la sabiduría”.
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