La batalla que nos hizo libres por primera vez
Por Leonardo Vinci
Con el espurio afán de denigrar al más importante soldado de la independencia, hay quienes «han dedicado sus miserables existencias a señalar que todos los buenos han estado de su lado y todos los malos del otro, a pudrir la mente de los muchachos y a dar por ciertas sus mentiras» al decir de Lincoln Maiztegui Casas.
Cuestionar el mando de Fructuoso Rivera en la hazaña de Guayabos, ha sido una de las formas de descalificar al gran héroe.
Si tuviera que presentar testigos que avalasen mi posición, llamaría al estrado a Luis Alberto de Herrera, quien seguramente diría: «en ese día memorable, el bravo coronel Fructuoso Rivera, sableó a las milicias de Dorrego, y también, a su arrogancia».
Convocaría luego a Reyes Abadie, quien declararía: «… la caballería porteña remontó el territorio oriental y marchó hasta las caídas del Arerunguá, a media legua del paso de Guayabos… Allí se produjo entonces el encuentro con las fuerzas orientales, que al mando de Rivera derrotaron y dispersaron las tropas de Dorrego, persiguiéndolo».
Llegaría el turno de pedir la comparecencia de Lorenzo Barbagelata, a quien escucharía decir: «En los últimos años se ha querido quitar a Rivera el honor de haber dirigido esta batalla. «Esta es la hora, escribe el hijo del general Rufino Bauzá, en que sobre el testimonio de un documento anónimo, se pretende disputarle a éste la mejor de sus victorias.» Se refiere a las memorias de Rivera.» Pero lo que en ellas se expresa, lo ratifica Dorrego en su parte, considerando a aquél, jefe de las fuerzas con quien combatió, sin nombrar siquiera a Bauzá, a pesar de ser bastante extenso y detallado. Lo mismo sucede con las notas de Artigas, relacionadas con este hecho: aparece siempre Rivera dirigiendo las fuerzas que pelearon en Guayabos. Bauzá no podía ser jefe de división en esa época, ya que tres años después, durante la invasión portuguesa, comandaba el Batallón de Libertos, que constituía una de las unidades del ejército, del cual era general don Fructuoso Rivera. No es presumible que con el prestigio de una victoria tan importante como Guayabos, quedara reducido a ser jefe de batallón, bajo las órdenes de quien tres años antes había sido su subalterno. Bauzá no tenía todavía veintitrés años; era un oficial meritorio por su bravura, por su instrucción y por su honradez, pero que no se había distinguido aún por ninguna acción extraordinaria, de esas que hacen confiar a un joven los destinos de un pueblo, prescindiendo de la experiencia y de la madurez que producen los años».
Después pediría al Tribunal que llamara al estrado a Dámaso Antonio Larrañaga, quien repetiría sin dudar lo que escribió en su libro «Viaje de Montevideo a Paysandú»: «… En este estado y prontos ya para marchar observamos que llegaba al pueblo, en tres columnas, la división que forma la derecha de la vanguardia del ejército oriental al mando del señor don Fructuoso Rivera, y que este dirigiéndose al puerto en una canoa pequeña, y puesto de pie dentro de ella, en compañía de un oficial venía hacia nosotros. Yo deseaba mucho conocer a este joven por su valor y buen comportamiento. Él fue quien derrotó a las fuerzas de Buenos Aires mandadas por Dorrego…»
Si aún quedara algún vestigio de duda, debería pedirle a Larrañaga que explicara lo que ocurrió en Paysandú cuando se reunió con Artigas, y éste diría: «Acabada la cena fuimos a dormir, y me cede el General no solo su catre de cuero, sino también su cuarto, y se retiró a un rancho; no oyó mis excusas, desatendió mi resistencia, y no hubo forma de hacerlo ceder en este punto».
Ya de regreso, después de hablar con Artigas, y obviamente de la batalla de Guayabos ocurrida pocos días antes, declararía Larrañaga: «llegamos al paso de Mercedes… Nos alojamos en la misma casa, y nuestra cena fue tan parca como la primera noche que llegamos a este pueblo. En él se hallaba Rivera con su gente de guarnición, joven de buen personal, carirredondo y de bastante desembarazo y urbanidad; él fue el que mandaba en la acción de los Guayabos que ganó a los porteños».
Punto final.