Por el Padre Martín
Ponce de León
Había concluido la celebración de la eucaristía.
La señora, a quien no conocía, se acercó mientras yo conversaba con un funcionario al que conozco desde hace ya mucho tiempo.
“Quiero decirle algo y espero no lo tome a mal. Desde hace diez y seis años vengo a esta misa. Ningún año he faltado y le puedo asegurar que año a año lo veo más metido dentro de la celebración”
Le agradecí el cumplido y le dije que ojalá fuese cierto lo que decía pero que podía, lo mismo, encontrarlo en muchos lugares.
“Mire, voy a misas en (nombra tres lugares) y le puedo asegurar que no puedo decir eso de todos”
Volví a agradecerle y ella se marchó tan de prisa como había llegado.
En el camino de regreso tenía tiempo suficiente para repasar aquella eucaristía y todo lo que había vivido.
Repasaba el lugar y su belleza.
Repasaba el lugar y los cambios que ha ido experimentando.
Repasaba el reencuentro con conocidos desde hace ya mucho tiempo.
La familia de la empresa que siempre han sido muy amables y generosos con mi persona.
Funcionarios que hace mucho tiempo cumplen diversas tareas y con los que me encuentro año a año.
Repasaba la primera vez que me invitaron a acompañarles cuando fuese necesario. Me enteré en esta oportunidad que de ello hacen ya 22 años.
Recuerdo el primer evento en el que debí participar. Todo estaba tan rodeado de solemnidad que me sentí en la necesidad de volver a casa en busca de alba y estola. No me veía en la necesidad de utilizar un traje y un cuello romano que me vistiesen de cura.
Ha pasado mucho tiempo y los recuerdos se hacen numerosos cuando asisto a aquel lugar. Recuerdos donde no faltan errores y desatinos.
Repasaba l encuentro con esas personas con quienes me había encontrado, ese día, por primera vez.
Allí volvió a aparecer aquella señora y lo que me había manifestado.”Año a año lo veo más metido en la misa”
Sentía era un elogio desmedido pero muy gratificante para que fuese real por más que me alegraba fuese real, al menos, para ella.
Sentía era un elogio desmedido que decía de una forma de celebrar y que a esa señora le había despertado la atención por más que sabía ello era un compromiso que involucra demasiado.
Meterse en la eucaristía es asumir nuestro ser en Cristo y el misterio de amor que se celebra.
Meterse en la eucaristía es hacerse entrega como Cristo se hace en cada una de ellas.
Meterse en la eucaristía es comprometerse con la realidad para colmarla de Cristo como sucede con el pan y con el vino.
Meterse en la eucaristía es permitirse hacerse oración de gratitud que, con la vida cotidiana, se eleva a Dios Padre.
Meterse en la eucaristía es asumir la disponibilidad de hacerse alimento para el crecimiento personal de los demás.
Meterse en la eucaristía es asumir la vida y transformarla, con el actuar cotidiano, en Cristo para los demás.
Repasaba mi agradecimiento para con aquella persona y descubría había sido muy pobre frente al elogio que me había brindado.
Repasaba sus palabras y me preguntaba cómo podría ser que se le hubiese ocurrido pensar que podía tomar a mal tremenda ponderación.
Por eso es que sentía era un elogio muy gratificante pero desproporcionado por más que sepa que es un intento que busco hacer realidad.