Por el Padre Martín Ponce De León
En esos días de pesado calor una de las experiencias más gratificantes es encontrarnos con alguna fuente de aire fresco. La más común de esas fuentes, suponemos, es la heladera. Es abrir la puerta y experimentar que una ola de aire envolvente y fresco nos invade y gratifica. Es la más común de las fuentes de aire que nos proporciona una experiencia muy gratificante. Parece como que el aire nos envuelve por completo y lentamente se introduce en nuestro interior. Estamos en la realidad pero, allí, delante de la puerta abierta, nos encontramos en una situación distinta. Esa experiencia gratificante es la que hemos celebrado en diversos momentos de esta semana que concluye. Hemos tenido la oportunidad de enfrentarnos a una realidad que nos ha envuelto con su mucho amor. Nos hemos adentrado al interior del corazón misericordioso de Dios a través de la vida de su hijo, Jesús, y nos hemos visto envueltos por un inmenso y concreto amor. Cada día de esta semana santa hemos tenido la oportunidad de acercarnos a distintas manifestaciones del mucho amor que Dios nos tiene. Cercanía, generosidad, disponibilidad, entrega total, coherencia, servicialidad y compromiso han sido algunas de las características que el amor de Dios nos ha regalado. Hemos tenido la oportunidad de dejarnos sacudir por amor que nos envuelve y cuestiona haciéndoos sentir muy bien. El amor cuestiona pero a su vez nos hace experimentar el hecho de sabernos amados y ello se nos torna una experiencia por demás reconfortante. El sabernos amados nos dice de aceptación y cercanía pero, también, nos impulsa a poder corresponder más y mejor al amor recibido. Siempre podemos responder de mejor manera al amor que recibimos puesto que ello hace y dice de nuestra condición personal. El amor de Dios es siempre un amor tremendamente respetuoso pese a nuestra condición de creaturas suyas. Jamás nos avasalla. El amor de Dios no pretende complacernos en todo sino que siempre está buscando nuestro crecimiento personal. Siempre nos impulsa a la realización plena como seres humanos. Si fuese un amor complaciente y se limitase a ello no creceríamos ni maduraríamos ya que las dificultades no hacen otra cosa que ayudarnos a madurar. Si en la vida no tuviésemos que encontrarnos con dificultades y adversidades seríamos unos eternos infantiles puesto que son ellas parte de nuestro aprendizaje. A lo largo de esta semana que ha transcurrido nos hemos dejado envolver por el amor de Dios para que todo lo nuestro no resulte indiferente al mismo. Hemos abierto una puerta que nos hizo vernos rodeados por muchísimo amor y tal cosa debe motivarnos a un empeño por poner lo mejor de nuestro ser al servicio de los demás y así corresponder al recibido. Delante de la puerta, como ante la heladera, quisiéramos quedarnos recibiendo ese aire envolvente. Pero debemos cerrar la misma y continuar en la realidad motivados por él.
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