Por el Padre Martín Ponce De León
Una de las realidades gratificantes de este tiempo son la oportunidad de encontrarme con gente a la que hacía mucho tiempo no veía.
Es evidente que, en muchos casos, debo preguntar quién es quién me saluda ya que me cuesta reconocer a algunas personas.
Mucho no logro explicarme debido a qué me reconocen mientras a mí me resulta tan difícil reconocerles.
Veo que para ellos han pasado los años y, supongo, son los mismos años que han pasado en mí.
Una vez que “me cae la ficha” son muchos los recuerdos que vienen a mi memoria.
Esto hace que me encuentre haciendo un importante ejercicio de memoria y descubriéndome reviviendo diversos momentos de mi vida.
Es obvio que ninguna de esas personas, con las que me encuentro, son las mismas que he dejado de ver hace muchísimos años.
Todos tenemos el deber de haber cambiado y esos cambios no responden, únicamente, a un aspecto físico.
Nuestros años de juventud han quedado muy lejos en el tiempo. Hemos transitado la vida, nos hemos golpeado y, ojalá, hayamos aprendido.
Sería muy triste que continuásemos siendo iguales a hace muchos años atrás no porque no hayamos vivido sino porque no hemos sabido aprender.
Así como nos damos cuenta que hemos ganado muchos kilos de más y peinamos abundantes canas nos damos cuenta hemos perdido pelo y algunos achaques han pasado a formar parte de nosotros.
Pero ellos no son nuestros únicos ni los más importantes cambios que nos tocan asumir.
Podemos haber logrado dominar a nuestro temperamento o el mismo continúa dominándonos.
Podemos haber logrado cultivar alguna de nuestras cualidades o podemos, por descuido, haber perdido alguna de esas características que eran propias de nuestra manera de ser.
Las cualidades nunca se alejan de nosotros pero si no las cultivamos las mismas se empobrecen y hasta pueden llegar a que las tengamos casi desaparecidas de nuestro ser.
Las cualidades necesitan ser alimentadas, ejercitadas y cultivarlas y uno debe suponer que cada uno ha sabido aprender en la vida y, por lo tanto, deben haber cambiado.
La vida nos va haciendo encontrar con situaciones para que aprendamos de ellas. No nos pone situaciones para que nos derroten o nos hagan perder el rumbo deprimidos o frustrados.
Las situaciones con las que nos encontramos deben ayudarnos a madurar y crecer como seres humanos. Sin duda son abundantes las enseñanzas que, a diario, nos va ofreciendo.
Sería muy lamentable que nuestros cambios se limitasen a realidades externas ya que ello implicaría un insoportable desfasaje. Físicamente viviríamos el paso del tiempo pero interiormente continuaríamos siendo infantiles.
Casi a diario tengo la oportunidad de encontrarme con alguien que me recuerda el mucho tiempo que hace no nos vemos. Casi a diario tengo la oportunidad de repasar algunos aspectos de mi vida que me llevan a preguntarme si verdaderamente he cambiado y crecido interiormente.
Ojalá este sea un tiempo donde encontrándome conmigo pueda aprender y cambiar para crecer.
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