Por el Padre Martín Ponce De León
Hace un tiempo una persona se llegó hasta mí planteándome su situación. Ante dicho planteo respondí conforme lo que estaba a mi alcance. Tiempo después me hablan de esa persona y algunos hechos suyos.
No me arrepentí de lo que había resulto, pero, comencé a saber que, aquella persona, era una dificultad para otras personas. Con el paso del tiempo fueron surgiendo comentarios sobre su persona. Algunos muy peyorativos y otros muy compasivos sobre su realidad.
Ante los peyorativos solamente pensaba en Dios que siempre nos está dando nuevas oportunidades. Muchas son las veces que le fallamos y, sin embargo, no nos pone una etiqueta y nos condena definitivamente. Su actitud es volver a darnos oportunidades y confiar en que sabremos actuar en consonancia a ello.
¡Qué sería de nosotros si Dios nos juzgase de una manera definitiva ante nuestro primer fallo! Pero Él no actúa de esa manera. Siempre está renovando nuestra confianza en nuestras posibilidades y que podremos aprovechar las oportunidades que nos brinda.
Pero, parecía, que a esta persona no se le debía ninguna nueva oportunidad. Su suerte estaba decidida.
¿Alguien puede ser condenado por el hecho de tomar demás en alguna oportunidad? Evidentemente que no es posible realizar tal cosa. “El que no tenga ningún pecado que tire la primera piedra”
Un día me entero que iban a hablar con él debido a que, en una oportunidad, había pretendido realizar una acción concreta. Yo había estado presente ese día y no presencié esa situación que se me narraba y así lo hice saber.
No es verdadero el acontecimiento relatado y, por lo tanto, no son justas las decisiones tomadas partiendo de ese hecho. Sin averiguar si era verdad o no lo relatado, se tomaba una determinación que, a mi entender, era completamente injusta.
Para que otros tomaran una resolución inventó una situación y la relató como verdadera y, así, se quitaba del medio a una persona que no es de su simpatía.
Debo reconocer que tal situación ha de ser relativamente frecuente pero nunca me había tocado vivirla de una manera tan directa y, tal vez, por ello, es que tanto me incomodaba
Intentaba no juzgar a las personas involucradas en la situación, pero ello, me resultaba muy difícil. Intentaba no pensar en lo sucedido para no juzgar, pero, cada tanto, surge en mí lo realizado y no puedo aceptarlo con indiferencia o resignación.
Intentaba no reflexionar en cristiano sobre la situación puesto que sentía, la misma, rechinaría por todos lados y ello pretendía evitarlo, pero no me resultaba sencillo no realizar tal cosa.
Solamente le pedía a Dios que, si en alguna oportunidad, me veía en una situación similar me iluminase para no actuar de similar manera. Que no me mueva la prisa en tomar alguna resolución, mucho más cuando dicha resolución puede afectar a alguien concretamente y, para que nunca invente situaciones para justificar la decisión de otros.
Que me ayudara a tener, siempre, en mi relación con los demás, su manera de comportarse para conmigo y me animase a intentar actuar conforme Él y no el comportamiento que, parecería, es muy común.
Que no se aleje de mi vista algunas recomendaciones que brinda Jesús para nuestro actuar con los demás y que supo hacer estilo de vida.
Ojalá que en nuestras relaciones interpersonales nunca sea necesario apelar a lo no verdadero para poder lograr nuestra tranquilidad. Ojalá nunca olvidemos el actuar de Dios e intentemos actuar en consonancia.
Columnistas