Por el Padre Martín Ponce De León
Jesús y sus amigos están invitados a una boda. Sin lugar a dudas era alguien conocido de Él puesto que, también estaba invitada su madre.
Como en toda fiesta el bullicio no daba espacio para atender a los detalles. Música, comida y bebida, animaban la fiesta que debía prolongarse por un buen tiempo.
Repentinamente una nube de preocupación comenzó a invadir ciertos espacios por más que muchos no se percataran de su presencia. En aquella población, carente de bodegas, el vino comenzaba a escasear. Ello implicaría el final de la fiesta y la vergüenza para los novios que verían concluir su celebración por tal motivo puesto que no habrían sabido agasajar, debidamente, a los invitados.
María se acerca hasta su hijo para plantearle la situación. Ella se ha enterado de lo que está sucediendo y acude a su hijo. Es un diálogo breve y concreto.
Las tinajas, allí presentes, eran destinadas para la purificación de los asistentes y, por lo tanto, representan “lo cultual” que siempre debe estar presente en la vida. Jesús utiliza el agua de aquellas tinajas para convertirlas en un delicioso vino. Entre “lo humano” (la fiesta) y “lo cultual” (el agua de las tinajas) Jesús no duda en su opción.
Lo cultual vale y tiene sentido en la medida que es de utilidad para prolongar la fiesta. Lo cultual adquiere sentido pleno cuando es útil cuando ayuda a que lo humano se haga fiesta que se celebra y prolonga.
Según el evangelista este ha sido “el primer signo” de Jesús en su vida pública. Todo su relato va a ser un insistir sobre tal principio en el actuar de Jesús y debería ser nuestra primera opción en cuanto continuadores suyos.
Este “primer signo” ha de ser lo que se planteará como realidad constante en la vida de Jesús y ello habrá de determinar su trágico y sabido final. El evangelista no plantea un hecho real, sino que busca comenzar su relato con una muy profunda síntesis de lo que ha sido “la vida pública” de Jesús y debe ser nuestra actitud fundamental, desde lo cotidiano, en nuestro intento de vivir a Jesús.
Como hijos de Dios estamos llamados a hacer de nuestra existencia una prolongada fiesta de amor porque constantemente experimentando lo mucho que nuestro Padre Dios nos ama. Nuestra relación con Dios no es una carga ni una difícil tarea, sino que debe ser una experiencia de amor que se prolonga y nada le impide continuar. Por ello es que utiliza la figura de una fiesta de bodas que no se puede detener.
El vino quiere representar la “buena noticia” que, desde Jesús, debe estar siempre presente en nuestra postura ante la vida. Su “buena noticia” es la de un Padre Dios que nos ama, acepta y comprende. Cuando, por diversas razones, nos alejamos de ello es que nuestra relación con Dios nos llena de frustraciones, inseguridades y temores. Hasta podemos llegar a pensar que Él se ha alejado de nosotros.
Cuando nos confiamos en el amor que Dios nos tiene constantemente nos faltan momentos para agradecerle e intentar corresponder a todo el amor que nos regala. Él jamás se aleja de nosotros, somos nosotros los que nos alejamos de Él.
Para que ello sea realidad debemos saber vivir la vida como una auténtica festividad. No estar preocupados por nuestros logros sino disfrutando nuestras oportunidades. No lamentarnos, constantemente, por lo que carecemos sino valorando lo que logramos tener. No torturarnos con quejas constantes sino viendo lo positivo que cada instante nos obsequia.
María siempre está disponible a ayudarnos y Jesús, jamás, habrá de permitir que las nubes de preocupación nos impidan continuar de fiesta. “Lo cultual” debe estar al servicio de “lo humano” y la buena noticia de Jesús será realidad.
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