Por el Padre Martín Ponce De León
A lo largo del año, en diversas oportunidades se puso a disposición, para cuando le necesitásemos. Siempre acompañaba su disponibilidad con la aclaración de que poseía de todo lo necesario para cumplir con el papel de Papá Noel.
Íbamos a realizar una actividad en la cercanía de su casa y entonces… “Mire que estoy a la orden” La actividad que llevaríamos adelante sería un pesebre viviente y no veía el lugar o la acción que, en él, podría cumplir Papá Noel, pero, tampoco, me veía negándole una actividad que deseaba realizar.
Se me ocurrió una idea que se podía llevar adelante y, el pesebre y Papá Noel, podían, sin desatino ni interferencias, en la jornada de ese domingo por la tarde. Se lo manifesté y quedamos de acuerdo en lo que sería el rol de cada uno.
Con oportunidad de ultimar algunos detalles, voy hasta el lugar donde todo se realizaría y allí me reciben con la noticia: “Su Papá Noel está detenido” Junto con la noticia vienen todos los detalles de lo sucedido. Un problema doméstico había derivado en una situación de violencia que había concluido con su detención. De lo primero que vino a mi mente fue un: “Chau, Papá Noel”
Ese domingo, poco antes de comenzar, se me acerca una joven y se puso a conversarme y su decir despertó mi atención. “Soy la hija de quien usted invitó a hacer de Papá Noel. Él estaba muy ilusionado con su invitación y, ahora, no puede estar. ¿Supongo sabe lo sucedido? Traje todo lo de mi padre porque, si me lo permite, yo ocupo su lugar pues a él le daría mucho gusto saber que estaba presente”
Ante tal planteo era casi un imposible no responder afirmativamente y, por ello, me dediqué a explicarle lo que había conversado con su padre.
Era un lindo gesto de amor a su padre y no podía ignorarlo por más que no supiera de que manera se habría de desempeñar. Para ella, lo importante, era hacer partícipe a su padre mediante su persona.
Poco rato después le vi colocarse barba y peluca, panza y la vestimenta propia del personaje que su padre, tantas veces, se había ofrecido a representar.
Así como mi mente había pronunciado un “Chau Papá Noel”, ahora, al verla enfundada en su personaje y rodeada por la razón que lo realizaba, solamente se me ocurría un “Bienvenido Papá Noel”
Casi inmediatamente traté de poder comprender, un algo, de aquel comportamiento que me resultaba demasiado extraño. El gesto de aquella hija era por demás elocuente de un amor filial. La situación de violencia era por demás notorio en aquella realidad. El gesto de la joven decía de su voluntad de complacer a su padre haciéndolo, figuradamente, partícipe de la actividad. El comportamiento del padre decía de una violencia importante que no sabía de controles.
Así se podría continuar comparando las dos actitudes para perderse en un complejo entramado de realidades donde, parecería, no hubiese un común denominador. La joven no juzgaba a su padre, sino que intentaba complacerlo ocupando su lugar en lo que, para él era una ilusión.
Todo comenzó con un reiterado ofrecimiento, se prolongó con una sugerencia, se complicó con una situación familiar y se hizo realidad con un gesto desconcertante.
Tal vez estas líneas no saben describir totalmente la situación, pero han pasado ya unos cuantos días de todo aquello y continúan goleando en mi memoria sin poder comprenderlo debidamente puesto que aquel hombre se dio el gusto de participar en nuestra actividad mientras, como espectadora, su hija sonreía observando el ofrecimiento de su padre.
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