De la siembra, depende la cosecha
Por el Dr. César Suárez
La historia de cada uno está hecha de acontecimientos cotidianos que se van impregnando en la personalidad de cada individuo que edificando su forma de ser y de sentir más allá de la construcción emocional que cada uno trae consigo en su genética y la forma de vivir y el entorno que lo rodea va impregnando la cultura de cada uno, por eso , de acuerdo a donde nos toque estar desde la primera infancia generarán nuestra forma de pensar y jerarquizar los valores en una escala cultural aprendida, por esa razón, los primeros años de la vida serán esenciales para construir cada personalidad alimentada por lo que a cada uno le ha tocado vivir.
Lamentablemente, no todo el mundo tiene las mismas oportunidades y los traumas recogidos a temprana edad dejarán cicatrices que acompañaran la personalidad durante la vida entera, muchas de las cuales resultan muy difíciles, sino imposibles de reparar.
El Estado tiene la obligación de emparejar esas oportunidades a través de instituciones educativas a edades muy tempranas con docente debidamente preparados para intentar corregir lo que la familia y la comunidad no está en condiciones de proporcionar y a apoyar a las familias más desvalidas y sobre todo a los niños.
Caif, Jardines de infantes, Escuelas de Tiempo completo y diversidad de opciones educativas de acuerdo a las habilidades preponderante de cada uno.
Hoy día, el consumismo desmedido alentado por los innumerables medios de comunicación que promocionan como imprescindibles banalidades, estimulan a quien sea, a cometer cualquier aberración al margen de las reglas elementales de racionalidad y convivencia para obtener cada una de esas banalidades, comenzando por endeudarse desarmando la economía personal y peor que eso, la economía familiar donde sufren los más desvalidos, los niños y los ancianos.
Estas situaciones de desequilibrio muchas veces llevan a cometer faltas graves en conflicto con la ley y contribuyen cada vez más a deteriorar la convivencia.
Una educación planificada con los recursos necesarios y en ámbitos adecuados sin duda que amortiguarán los daños provenientes de cada entorno tóxico que afectan la personalidad de niños y adolescentes que están formando su temperamento. Los entornos agresivos, por reacción, generan agresión, alimentadas por una sucesión de frustraciones que un buen ámbito educativo debiera neutralizar o por lo menos suavizar para cada quien pueda enfrentar cada nueva frustración con herramientas que estimulen la capacidad de pensar, de razonar, de evaluar, herramientas que las debiera proporcionar un sistema educativo adaptado a cada situación personal.
La sociedad entera y los que conducen la política nacional debe comprender que la educación no es un gasto, es una inversión y su deterioro deja secuelas que toda la sociedad entera deberá pagar en el futuro en función de las consecuencias de no haber actuado adecuadamente en el momento adecuado.
Cuando se deteriora la formación cultural y educativa y los niños y los jóvenes de desligan de los sistemas educativos, comienza a descoserse el tejido social que va abriendo brechas hacia la marginalidad y volver a esos núcleos humanos a la formalidad se vuelve una tarea imposible o por lo menos muy difícil de lograr.
Hoy estamos pagando el deterioro de la marginalidad sembrada hace 20 años y un ejercito de antisociales está poniendo en jaque a toda la sociedad porque se manejan con sus propias leyes surgidas de la barbarie, difíciles de neutralizar con las herramientas que maneja el Estado.
El futuro de nuestra sociedad depende de todos nosotros para que, dentro de 20 años, los niños de hoy sean parte de toda la sociedad y no terminen por engrosar el ejército de la marginalidad.