martes 26 de noviembre, 2024
  • 8 am

Temores

César Suárez
Por

César Suárez

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Por el Dr. César Suárez
Lo probable y lo improbable suele estar minuciosamente estudiado en términos estadísticos por quienes inteligentemente explotan la viabilidad de cualquier emprendimiento o evalúan riesgos y posibilidades en cualquier rubro que sea.
Las estadísticas muestran que a título individual cualquier cosa le puede pasar a cualquier persona en cualquier lugar y en cualquier momento de la vida, en ocasiones, situaciones absolutamente excepcionales, muy improbables, ya sea vinculadas a hechos intrascendentes, o muy desgraciados o de muchísima suerte pero que en estas circunstancias se puede catalogar de excepción.
Por ser excepcionales, esos acontecimientos suelen adquirir una difusión desproporcionada en función de su rareza y llevan en muchas ocasiones a hacernos creer que porque a alguien le sucedió alguna vez, quizás a mí también me suceda generando temores que en ocasiones llevan a tomar precauciones desproporcionadas hábilmente promocionadas por quien nos va a “salvar” y por la que obviamente tendremos algo que pagar.
Se venden seguros para cualquier cosa, incluidas promesas tanto para acá como para el más allá hasta pidiendo diezmos extorsivos para no ser castigado por Dios.
En el extremo opuesto de la desgracia está la suerte.
Cada tanto nos enteramos que alguien obtuvo un premio excepcional en un juego de azar, acontecimiento estadísticamente raro tales como sacar el primer premio de una lotería lo que estimula al resto de la gente a invertir recursos para probar una suerte que seguramente nunca le va a tocar.
Reitero, tanto en términos de suerte o de desgracia, esta sensación colectiva suele ser hábilmente explotada por individuos o instituciones para generar conductas individuales o colectivas para obtener un beneficio ya sea sobredimensionado la remota posibilidad de un beneficio o la remota posibilidad de una desgracia.
Así como se explota la suerte excepcional de alguien para vender ilusiones (lotería, quiniela, cinco de oro, rifas, sorteos, casinos), en el otro extremo también se explota el temor a que algo malo me suceda.
El temor es un sentimiento ancestral con el que cargamos todos los seres vivos y que se puede expresar de muy diversa manera y que generalmente se desencadena ante lo desconocido porque en esas circunstancias no se puede evaluar la magnitud del riesgo.
El temor nos lleva a intentar escapar de lo que eventualmente nos pueda hacer daño, es parte del instinto de preservación, es tomar conciencia de nuestras debilidades e intentar ponernos a resguardo.
El temor ha acompañado a la humanidad desde sus primeros orígenes pero la necesidad de sobrevivir nos ha llevado a sobreponernos y en circunstancias, asumir riesgos en la medida que intentamos evaluar el medio que nos rodea y aprender que es posible y que no.
Dentro de esa interacción con el medio donde la vida nos ha depositado nuestra escala de temores, transita por dilemas, preocupaciones, ansiedades, angustias, incertidumbres, dilemas, titubeos, vacilaciones entre otros sentimientos.
Si bien el temor a lo desconocido es una sensación normal en cualquier persona en su sano juicio, el temor desproporcionado ingresa en un terreno patológico denominado fobia que inhibe al individuo, es un temor a cualquier cosa que paraliza y no deja actuar o lo lleva a actuar en forma irracional.
Hay temores sustanciales vinculadas a cosas materiales, temor a los animales, a los ladrones, a los accidentes, a la enfermedades, a las tormentas, a las alturas, a las multitudes y temores insustanciales, temor a la oscuridad, al futuro, al castigo divino y podríamos seguir en forma indefinida tanto para un rubro para el otro.
Cada individuo tiene una forma de ser, vinculada a la idiosincrasia, su capacidad natural de percibir el entorno, influido por la cultura circundante, por la capacidad de análisis, por su propia formación, por la influencia de los demás que nos hace diferentes a unos de los otros.
Entre la temeridad y el miedo existe una escala con innumerables matices, cada individuo tiene que tener la serenidad y capacidad de reflexión para encontrar el equilibrio entre instinto de conservación y la legítima audacia para sobrevivir dentro de parámetros racionales acordes a cada realidad.