Por Enrique Cesio
A raíz de la aparición previsible en los hogares de personas mayores de casos (incluso alguno mortal) del Covid19, se produjo como una indignación colectiva y el comienzo de achaque de culpas o faltas de previsiones. La primera reflexión surge de la Biblia: “El que esté libre de culpa que tire la primera piedra”. Nadie de nosotros puede decir que no sabía o nunca le habían hablado de la realidad que del total, solamente había 41 habilitados y de las características de cientos de esos institutos. No es un problema demasiado viejo en el tiempo. Mis años me permiten decir que los vi aparecer, que cuando era muchacho no existían. Tiene que ver básicamente con la transformación social. Yo tuve ocho tíos por cada uno de mis padres. Y las familias eran muy numerosas. Entonces los abuelos y abuelas siempre tenían alguna hija soltera que quedaba encargada de ellos, aunque los otros colaboraran. Yo vi morir y velar a mis dos abuelas en sus casas.
Y todo cambió. Los carros a caballo fueron suplantados por los autos, los velorios caseros por las casas funerarias. Se acortaron los velatorios, desaparecieron los cirios y los álbumes para firmar. Y las lloronas. Todo empieza por una explicación sociológica. Las familias fueron dejando de ser muy nutridas y comenzó el ideal del “matrimonio con un casal”. Por algo Uruguay tiene una tasa de crecimiento poblacional muy baja, incluso tendiente a la no reposición. Bajaron los casamientos, aumentaron las parejas. Todo eso determinó que el problema de los ancianos se empezara a resolver de otra forma. Algunos contrataban a alguien que viviera con el progenitor, otros con más poder monetario, tuvieron a sus viejos rodeados de empleados. En algunos casos uno de los hijos, preferentemente las hijas, accedían a convivir con el viejito en su casa. Pero a medida que la individualidad e intimide la pareja se fue acentuando, pocos quieren vivir con sus padres. O no pueden. Ese es un cambio sociológico uruguayo hecho en base a la decisión social en donde parecen ser buenos símbolos del cambio aquello de no tutear al padre o la madre y desembocar en la temprana toma de decisiones de los hijos. Creció el aumento notorio de hijos que polemizan con sus padres y hace que los adolescentes no queden sujetos a los planes de los padres. La muchachada adquiere una capacidad de decisión –equivocada o no- pero a la cual tiene derechos desde los 18 años. Todavía no cumplió el centenar de años la ley de Derechos civiles de la Mujer; mucho menos la reducción del permiso patriarcal para casarse antes de los 23/21 años. Muchas cosas más se agregan a este asunto. Por ejemplo la prolongación del aumento promedio de edad, que hizo aumentar el número de mayores de edad.
Por esas razones y muchas otras, empezó la creación de los albergues para mayores. Y la gente recurrió a ellos, pero los gobiernos miraron para el otro lado. Nadie está libre de culpa, reitero. Las reglamentaciones son escasas, no actualizadas y sobre todo, nadie inspecciona, multa o cierra. Ahí están los más de mil institutos, que en muchos casos carecen de las mínimas condiciones, hasta de higiene.
Con la pandemia le cayó a este gobierno también ese problema. Es comprensible que no lo pueda solucionar de un día al otro. Si va y clausura los más críticos, ¿Dónde tiene el estado sitios y personal capacitados para una vida mejor?
Que nadie se haga el tonto. Todos somos culpables. Pero será una obligación moral, ética, de derechos humanos, comenzar por lo menos, a analizar cómo salir de este atolladero. Se puede.
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