viernes 26 de abril, 2024
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El día después del Covid

Estudio Signorelli & Altamiranda
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Estudio Signorelli & Altamiranda

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Por Joaquín Forrisi
Para el Estudio Signorelli & Altamiranda
Uruguay ha mostrado un mejor desempeño económico relativo durante la pandemia. Entre los vecinos, Argentina espera una caída del 10%, Chile del 5,5% y Brasil del 4,7%, en tanto Uruguay una del 4,3%.
Las medidas adoptadas por el Gobierno hasta ahora han estado enfocadas en balancear ciertos niveles de protección social, con la ampliación del seguro de desempleo y las acreditaciones en las tarjetas sociales, y mantener las capacidades de las empresas, con medidas cómo el SIGA Emergencia o el SIGA Plus, instrumentos que permiten a las empresas acceder a garantías para contraer préstamos bancarios a una tasa preferencial en condiciones de plazo flexibles. En particular este último instrumento muestra una complementariedad entre el estado y el mercado de la que debería tomarse nota para próximas medidas.
Las proyecciones marcan que para mediados 2022 se recuperaría el nivel de actividad económica de 2019, sin prejuicio de ello, cómo sociedad, tanto en la esfera política cómo en la civil, debemos comenzar a delinear en la estrategia de futuro en términos de desarrollo y competitividad.
El desarrollo económico implica arribar a altos niveles ingreso que permitan a la población lograr altos niveles de bienestar. Para ello es indispensable que la economía crezca en el tiempo, pero tanto o más importante es que lo haga en forma sostenida, sin grandes ciclos bajistas, cómo lo fueron el 1982 o el 2002. En estos casos, la inestabilidad macroeconómica fue el desencadenante de esas crisis, pero la evidencia muestra que la estabilidad macroeconómica es condición necearía para no suficiente para el desarrollo.
El término competitividad controvertido y habitualmente utilizado en el sentido cambiario, en donde un país no es competitivo cuando el valor del dólar está por debajo del de equilibrio y por lo tanto se la hace «caro» exportar. Sin embargo, según el Foro Económico Mundial, de los países más competitivos del mundo son Singapur, Suiza, Japón u Holanda, que no se caracterizan por ser «baratos en dólares» sino por ser países de rentas altas. Estas economías tienen estructuras productivas en donde sus ciudadanos trabajar a cadenas de valor insertadas en el mundo y que pagan salarios altos.
La competitividad, y por ende la riqueza, no están asociadas a los recursos naturales, de hecho, Japón es una pequeña isla rocosa del Océano Pacífico y Holanda tiene la misma superficie que Tacuarembó, Salto y Paysandú. A su vez, países con grandes dotaciones de recursos naturales cómo Argentina, que produce alimentos para algo más de 400 millones de personas, o Venezuela, con vastas reservas de petróleo, atraviesan profundas crisis económicas y sociales.
La competitividad está asociada a la complejidad económica, esto es, la capacidad que tiene una sociedad de producir bienes que puedan ser vendidos al resto del mundo con alto valor. Los vínculos productivos en estructuras competitivas son cómo una sinfonía, cada miembro se especializa en un instrumento y ejecuta su partitura a la perfección, pero no basta con el esfuerzo individual para arribar a un resultado exitoso, sino que se requiere de que todos los integrantes lo hagan con la misma efectividad. Uruguay en general y Salto en particular se debe un profundo debate sobre qué cadenas de valor integrar y qué sectores productivos apalancar. Para ello, la interacción entre Estado, empresas y la academia, que son parte de la sinfonía, cumplen un rol preponderante para definir, entre otros aspectos, qué tipo de recurso humano se formará y para qué tipo de tareas y responsabilidades.