UNO
Por el Padre Martín Ponce De León
Desde hace rato experimento una extraña sensación. El artículo que voy a escribir debe titularse así como lo he titulado.
No sé muy bien la razón o el motivo de tal título pero respondiendo a esa sensación así lo voy a titular.
En estos días de intensos calores y celebraciones he aprovechado algunos momentos para repasar el año que ha transcurrido y asumir algún propósito para el que está comenzando.
En esos momentos no hay lugar para hacerse trampas o para manipular los hechos tal como han sucedido.
Es uno mismo con uno mismo y sólo hay lugar para la verdad y el reconocimiento.
Hay acontecimientos que no necesito mirarles mucho para poder reconocer errores o limitaciones de mi parte.
Está muy bueno que esos hechos sucedan y uno los pueda reconocer para saber que aún tengo mucho camino para aprender y que necesito dejarme ayudar para ello.
Por más que uno sepa ha transcurrido mucha vida e intentó aprender continúa cometiendo errores que, con un algo de buena voluntad, los puede mejorar.
Por más que uno crea posee los pies sobre la tierra y su actuar no sea otra cosa que un prolongado intento de ser mejor persona sabe, en oportunidades, debe disfrutar y aprender de esos seres extraordinarios que siempre están dispuestos a brindar su mano para ayudarnos a crecer.
Dios jamás nos deja solos para que aprendamos a madurar y así crecer en utilidad. Siempre está poniendo junto a nosotros a seres con la capacidad suficiente como para ayudarnos a saber beber la felicidad a sorbos pronunciados.
En este mirar la realidad transcurrida uno se encuentra con una variedad impensada de rostros con los que ha compartido instancias muy variadas.
Rostros que miran con ojos brillantes aceptando y acompañando.
Rostros que brindan los cascabeles de su risa para alentar y estar cerca.
Rostros que regalan la dulzura de su sonrisa dando una mano o brindando su solidaridad.
Rostros que miran con ojos turbios por la bebida y solicitan ser aceptados y respetados.
Rostros que miran sin ver porque perdidos en su pequeño mundo de soledad y abandono.
Rostros que esperan sin saber muy en concreto lo que esperan. Esperan una palabra que los aliente. Esperan una mirada que les haga saber no están solos. Esperan un gesto que les haga saber son importantes.
Rostros que se brindan sin esperar nada a cambio.
Rostros que se van curtiendo con los aires de la intemperie en la que se animan a salir.
Es una infinita gama de rostros que, progresivamente, van formando parte en la vida de uno por más que, en oportunidades, sean lejanos o distantes.
Es observando esos rostros que uno asume el propósito de brindarse a cada uno de ellos para que puedan encontrar razones para crecer en la esperanza.
Esperar porque no están solos.
Esperar porque algo tienen para aportar a un mundo mejor.
Esperar porque no limitándose a vivir encerrados en ellos mismos.
Esperar porque siempre pueden dar una mano que ayude a crecer la solidaridad.
Esperar puesto nada debe impedirles a sentirse aceptados y respetados.
Esperar porque el amor siempre puede crecer un algo más mientras no se pierda la capacidad de soñar.
Para poder cumplir tal propósito uno deberá crecer en atención, cercanía y disponibilidad.
Para poder cumplir tal propósito uno deberá renunciar un poco más a mirarse para dedicarse un algo más a brindarse.
El año que comienza, para ser mejor, debe encontrar que cada uno de nosotros se empeña por ser mejor.