viernes 22 de noviembre, 2024
  • 8 am

VEN Y VERÁS

Padre Martín Ponce de León
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Padre Martín Ponce de León

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Sol

Por el Padre Martín Ponce De León
(Este artículo es producto de mi imaginación)
«Maestro, ¿dónde vives?»
«Ven y verás»
Era cuestión de dejarse conducir por Él. Al comienzo era transitar por un camino que conducía a ese lugar que solamente él conocía.
Como en todos los caminos siempre hay algo que se torna referencia y no podía dudar estábamos en camino a mi pueblo.
Lugares conocidos se volvían frecuentes. Rostros conocidos saludaban nuestro paso con la cercanía propia de los vecinos.
Íbamos camino a su casa pero todo se volvía muy cercano a mí.
Así llegamos a una casa y mi rostro se colmó de asombro. Era tremendamente similar a la mía.
Entramos, siempre conducidos por Él.
Una vez dentro no podía salir de mi estupor. Era «Su» casa pero reconocía lo que había en ella.
«Maestro, no puedo creer lo que veo. Tu casa es igual a la mía» Él me miró y esbozó una muy cálida sonrisa.
«Ves, Maestro, yo, también tengo sobre una mesa igual a esta esos adornos sobre los que suelo poner algún jazmín»
Así fui observando aquella casa y todo, absolutamente todo, era como en la mía. No podía imaginar hubiese tanta similitud entre ambas casas.
En algunas paredes había adornos y en otras se agolpaban recuerdos.
Por diversos lugares se destacaban detalles que decían de buen gusto y delicadeza.
Repentinamente algo se despertó en mí y me sentí ridículo porque engañado. «Maestro, te pedí conocer dónde vives y me has traído a mi casa. Al comienzo pensé era una tremenda coincidencia pero ya no tengo dudas que esta es mi casa y tú me has traído como si fuese la tuya»
«Es que mi casa y tu casa son una misma realidad. Yo vivo aquí»
«¿Cómo es posible tal cosa?»
«Siempre que tu puerta se abre para recibir a alguien que llega y lo haces con una sonrisa que le hace sentir aceptado y recibido, yo vivo aquí. Siempre que dispones de tu tiempo para escuchar el desahogo de alguien y le haces sentir importante porque ocupando tu atención, yo vivo aquí. Siempre que, con naturalidad y afecto, ayudas a crecer a tu familia en unidad brindando el espacio de tu casa para compartir momentos de conversación, risas y presencias, yo vivo aquí. Siempre que entras y sales a prisa porque sientes la necesidad de hacer algo por alguien, yo vivo aquí. Siempre que encuentras espacios para manifestar tu cercanía y amor, yo vivo aquí»
Yo le escuchaba sin poder dar crédito a lo que decía y mi asombro iba en un desproporcionado crecimiento.
Había querido ver dónde vivía y me enseñaba mi casa y decía de esas realidades cotidianas que entre nosotros se daba. Todo era por demás asombroso y desconcertante.
Cuando quedé a solas no podía dejar de pensar en lo sucedido y no podía dejar de experimentar una muy extraña sensación. Aquella persona era, por demás, admirable. Todo lo suyo bien valía la pena seguir.
No me había llevado al templo ni a ningún otro lugar de culto. Me había conducido a mi realidad para que la viese con ojos distintos.
Ya dejó de ser, simplemente, una casa para pasar a ser el lugar donde Él habita cada vez que los valores crecen entre nosotros.
Dejó de ser una casa para ser el espacio donde su Buena Noticia se hace presente en la medida que permitimos que alguien se sienta persona digna y tratada como tal.
Dejó de ser mi casa para que sea «su» casa porque todo allí se vuelve una oportunidad de estar un poco más con Él.
Te pregunté dónde vives y me llevaste a mi casa para que supiese que eres presente cada vez que lo cotidiano se llena de amor y alguien esboza una sonrisa porque querido.