viernes 22 de noviembre, 2024
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Delicadeza

Padre Martín Ponce de León
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Padre Martín Ponce de León

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Por el Padre Martín Ponce De León
Supuse que, aquella pareja, eran la abuela con su nieta.
Estaban muy juntas e intercambiaban observaciones cada tanto.
De vez en cuando la joven pasaba su brazo sobre los hombros de la señora mayor. Parecía que la protegía y cobijaba con una tremenda delicadeza.
Le ayudaba a ponerse de pie en diversos momentos.
Cada uno de sus gestos era de una inmensa delicadeza. Ella que los realizaba y ella que se dejaba mimar.
En un determinado momento la persona mayor le dijo algo y ella se acomodó su ropa.
Tenía una juvenil prenda que le dejaba parte de su cintura al aire y, parece, ello no era del agrado de la abuela puesto que inmediatamente trató de bajarse la camisa y subirse los pantalones para cubrir su cintura.
Como para hacerle saber que estaba todo bien, pasó su brazo por los hombros de la mujer mayor y le obsequió un intenso abrazo.
Nuestras relaciones necesitan de pequeños gestos de delicadeza para fortalecerse.
Desde la delicadeza de aceptar al otro tal como es hasta la de poder ayudar al otro para que se sepa querido y aceptado.
En oportunidades olvidamos esas delicadezas y resulta muy difícil establecer una buena relación humana.
Creo que las delicadezas se encuentran a la base de cualquier relación que se precie de humana.
No nos relacionamos para imponernos ni para poseer al otro. Nos relacionamos para poder ayudarnos a ser mejores como personas porque cómodos los unos con los otros.
En una ocasión, lo recuerdo muy bien, una persona que participaba de un almuerzo, obsequió algo y uno de los presentes se limitó a leer el envase y comentar la procedencia de aquello. La gratitud quedó en el olvido. La delicadeza no se hizo presente.
En una oportunidad nos obsequiaron unas barras de chocolate. Uno de los que recibió una de aquellas barras solamente se limitó a mirar la fecha de vencimiento. La gratitud quedó en el olvido. La delicadeza no se hizo presente.
Así podría continuar compartiendo realidades que nos hacen saber que, muchas veces, demasiadas veces, nos olvidamos de esas pequeñas delicadezas que hacen tanto bien.
Son pequeñas grandes cosas que dicen de nuestra gratitud y de una delicadeza humana que, en oportunidades nos falta.
Existen seres que todo lo suyo es un canto pleno de delicadeza y ternura despertando admiración y aprecio.
Existen seres que, parecería, uno tiene la obligación de brindarle alguna delicadeza por más que nunca lo agradezcan.
En nuestra actividad de «la mesa compartida» hay una persona que suele retirarse ni bien concluye su comida salvo cuando hay a la vista alguna extra para compartir. Esa vez se queda sentado esperando se le entregue su parte o pide se le entregue. Obvio, jamás esboza unas gracias o algo por el estilo. No es porque uno esté esperando la delicadeza de su gratitud pero es un algo que dice de su condición.
Hay, en cambio, seres que no nos alcanza la vida para agradecer dignamente todas las delicadezas que han tenido para con nosotros y esto lo digo desde lo personal.
Hay seres que, parecería, uno tiene la obligación de brindarles puesto que, jamás, nunca agradecen lo que se les puede brindar.
Quizás quien lee este artículo se pregunte:» ¿No sostiene, el autor, que hay que dar sin esperar a cambio?» Muchas veces lo he manifestado y lo sostengo pero hoy quiero poner el acento en la otra cara de la moneda. En quien recibe más que en quien da.
La carencia de esas humanas delicadezas no responde a una cuestión de edad, de capacidad cultural o poder adquisitivo. Es una cuestión de humanidad personal.