Con los pies en la tierra
Por el Padre Martín Ponce De León
En oportunidades creemos que la fe nos hace tener una actitud que roza lo humano.
La fe nos hace vivir nuestra condición humana en plenitud.
Ella no hace otra cosa que ayudarnos a vivir correctamente nuestra condición.
La fe no nos otorga poderes extraordinarios.
Por tener fe no estamos exonerados del dolor, el sufrimiento, el cansancio o cualquier otro tipo de realidades que hacen a nuestra condición de personas.
La fe no nos hace “tener química” con todo el mundo.
Como cualquier ser humano nos descubrimos teniendo amigos, conocidos, seres que están y seres con los que se nos hace cuesta arriba un trato.
Siempre somos seres normales.
Pensamos que por tener sentimientos profundamente lógicos y humanos es una muestra de la pobreza de nuestra fe.
Nada que ver.
La fe es un regalo que Dios realiza a quien lo desea.
No todos pueden llegar al don de la fe por más que, hay quienes, realizan mil empeños por lograrlo.
La fe es, siempre, una iniciativa gratuita de Dios.
Existen seres que pueden afirmar que poseen el don de la fe desde siempre.
Existen seres que descubren que un día, repentinamente, la fe irrumpió en ellos por obsequio de Dios.
La fe nos hace descubrir la presencia de Dios en nuestra historia ayudándonos a vivir plenamente nuestra condición de personas.
La fe nos hace descubrir que contamos con los pasos de Cristo junto a los nuestros para transitar por los caminos de Dios de la manera más correcta posible.
En oportunidades nos olvidamos de mirar los aspectos humanos de Jesús.
Sufrió, rió, se cansó, pasó sed, lloró, amó. Realidades propias de cualquier ser humano.
Jesús no es un superhombre que un día irrumpió, producto de su fe, en nuestra historia.
Fue un ser humano tan humano como nosotros y no pretende nos despojemos de nuestra condición humana.
Desde la fe debemos saber vivir con normalidad nuestro ser personas.
Desde la fe sabemos que no podemos conformarnos con lo que hemos logrado sino que podemos y debemos ser mejores.
Lo que hemos logrado como personas, lo que hemos logrado desde nuestra realidad de seres con fe.
Sucede que, muchas veces, no podemos evitar la tentación de comparar nuestra vivencia de fe.
Siempre encontraremos quienes viven con mucha más fe que nosotros o con menos fe que nosotros.
Realizar esto no es correcto puesto que lo importante es valorar nuestra fe e intentar ser algo mejores.
La fe es un obsequio que Dios pone en nuestra vida peo es un algo que, necesariamente, debemos cultivar para mejorar y acrecentar.
Así como no somos exentos de la necesidad de vivir el proceso de intentar ser buenas personas no somos exentos de la necesidad de hacer crecer nuestra fe.
Lo verdaderamente válido es ese nivel de fe que hemos podido lograr y que nos ayuda a vivir, siempre un poco mejor, nuestra condición de buenas personas.
Mirar a los demás no debe ser desde una razón de comparación sino para animarnos al saber que es posible un poco más.
La fe nos hace saber que somos portadores de una buena noticia para los demás.
Una buena noticia que transmitimos con lo que se es y desde lo que se vive.
Con nuestra postura ante el dolor que no nos hace no sufrirlo.
Con nuestra postura ante el sufrimiento que nos hace no padecerlo.
Desde la fe descubrimos que el dolor libera y el sufrimiento redime.
Desde la fe descubrimos que las lágrimas ayudan a crecer.
Desde la fe descubrimos que la alegría nos ayuda a brindarnos.
Desde la fe descubrimos que el amor todo lo puede.
Por ello es que la fe no nos envuelve en una nube sino que nos ubica, con sentido común, con los pies sobre la tierra.