Desde uno mismo
Por el Padre Martín Ponce De León
Tengamos fe o no la tengamos, toda nuestra vida debe ser un camino de conversión.
Nuestro ideal de vida debe ser llegar a buenas personas.
Porque así debemos serlo, porque Cristo lo fue.
Nunca, nuestro ser buenas personas, es una actividad individualista.
Somos personas en cuanto seres en relación.
Constante e inevitablemente nos estamos relacionando.
Con Dios, con los demás y con nosotros mismos.
Verdaderamente es muy difícil poder llegar a establecer cuál de estas tres relaciones es más fácil de vivir.
Es muy difícil poder determinar en cuál de los tres aspectos de nuestra relación podemos llegar primeramente al grado de buenas personas.
Cualquiera de los tres aspectos exigen autenticidad y coherencia.
Somos sabedores de que ante Dios y nosotros mismos no existe posibilidad de engaño por más sofisticada máscara que nos pongamos.
A los demás podemos venderles una imagen.
Pero es, justamente, a los demás ante quienes pretendemos realizar mejor letra.
Son ellos los que se nos tornan los más exigentes en cuanto a nuestra bondad como personas.
¿Los demás? ¿Yo? ¿Dios?
Conversión no es otra cosa que un cambio en nuestra conducta o actitudes.
Conversión es una modificación de nuestra postura vital.
Sin duda que todo comienza por nuestra realidad.
Autenticidad y coherencia para y en nosotros mismos.
Muchas veces tenemos miedo de adentrarnos en nuestro interior.
Se requiere mucho coraje y verdad para realizar ese tránsito interior tan necesario.
Es, desde allí, donde descubrimos el sentido de nuestra vida y nuestras incoherencias para con el mismo.
Adentrarnos en nosotros mismos es enfrentarnos a nuestra razón de ser y poder cotejar nuestros logros.
No es fácil comenzar a cambiar por nosotros mismos.
Por ello es que la conversión es una realidad tan postergada.
Por otra parte estas realidades interiores no poseen un efecto inmediato ante los demás.
Si la conversión fuese comenzar a cambiar la vida de alguien ajeno a nosotros, eso lo asumiríamos inmediatamente puesto que nos gusta el espectáculo.
Esos desafíos públicos, por complicados y exigentes que nos puedan resultar, son los que nos agradan asumir.
Pero la conversión necesaria no pasa por allí.
Entonces………….. mañana comienzo.
Pero, bien lo sabemos, mañana es un día que nunca llega, y siempre encontramos una excusa para postergar, hasta mañana, ese comienzo.
Mientras tanto nos dedicamos a señalar todo eso que nos rodea y nadie hace algo por cambiar.
Allí si que nos encontramos a gusto.
Señalando todo ese entorno urgido de conversión y que siempre se encuentra alguna excusa para postergar el comienzo de los cambios imprescindibles.
Realizando esta tarea nos sentimos cómodos porque pensamos estamos aportando por un mundo mejor mientras postergamos esos cambios interiores que solamente a nosotros nos interesan.
Si se planteara el tema de la reconstrucción de Haití y el tema de mi reconstrucción, no lo dudo, gastaríamos montañas de argumentos y estrategias para reconstruir a Haití antes que hablar, un renglón, de lo mío.
Puedo gastar horas quejándome de lo que sucede a nuestro alrededor y ni atención presto a lo que sucede en mi interior.
La conversión es asumir que lo verdaderamente urgente es comenzar por uno mismo.
Si fuésemos auténticamente conscientes de toda la tarea interior que debemos realizar no gastaríamos tanto esfuerzo y tiempo en andar mirando a los demás.
Pero, también, si fuésemos más coherentes nuestra primera crítica debería ser hacia y para con nosotros mismos.
Por eso es que tanta conversión necesitamos con urgencia.