Por Juan Carlos Ambrosoni
Una de las características distintivas del régimen presidencial es la potestad que posee el presidente para nombrar y despedir a sus ministros. Mediante estas facultades, el pasado 1º de mayo, el Dr. Luis Lacalle Pou, efectuó un cambio jerárquico en la cartera del Ministerio de Desarrollo Social, dejando su lugar Pablo Bartol para ocuparlo Martin Lema.
Este fue el segundo movimiento ministerial (el primero fue el de Ernesto Talvi tras su renuncia), por lo que muchas preguntas surgen de la reciente alteración en el MIDES. ¿Qué motiva al presidente a designar tal o cual jefe de cartera? ¿Cuál es la importancia de gozar mayorías parlamentarias? ¿Por qué se dio esta variación específicamente? ¿Cambio de ministro es lo mismo que de gabinete? Y demás cuestiones que rodean al tema.
Como bien se sabe estamos ante un gobierno de tipo de coalición mayoritaria, donde el partido triunfador de las elecciones acordó con colectividades afines ideológicamente para ejercer el ejecutivo. Una necesidad importantísima que tiene el jefe de Estado (en coaliciones interpartidarias) es la de sumar partidos y fracciones que le otorguen una mayoría parlamentaria para obtener el poder de marcar y concretar la agenda gubernamental en el legislativo. En virtud de esto, los ministerios se reparten en proporción a los votos obtenidos conformando una justa distribución de puestos y la unión que brinde una superioridad de 50% en ambas cámaras. En esta división hay otras características más allá de la proporcionalidad, por ejemplo, la designación de las carteras más importantes a miembros del bando ganador. Estas cuatro son: Economía y Finanzas, Relaciones Exteriores, Interior y Defensa. Siendo la regla y no la excepción, el presidente designo a nacionalistas para desempeñar los mencionados cargos (en un principio Talvi estuvo en Cancillería por ser su principal socio, ahora es el blanco Bustillo quien la ejerce). Así mismo, se tiende a designar hombres o mujeres insiders políticos con jerarquía interna y renombre en la arena política, y en la minoría de los casos tecnócratas (con cierta filiación partidaria). Este fue el caso de Pablo Bartol, un experimentado en el área privada.
Los cambios se dan por diversos motivos: despidos, salidas por decisión propia, sustituciones preestablecidas o para darle entrada y más trascendencia a un político –pareciera ser este el motivo en la ocasión de Martin Lema -, o en el caso de que fuese otro el porqué, el cambio jerárquico es algo normal en estas administraciones coalicionistas. Imagen de estos hechos se reproduce en un estudio realizado por académicos uruguayos estudiando los gabinetes en el periodo 1985-2010, arrojando que en promedio un ministro se mantiene 2 años y 4 meses en su lugar, menos de la mitad del mandato, por lo que denota la naturaleza de las variaciones en el gabinete.
Y si hablamos de sustituciones en el órgano ejecutivo en cuestión, es oportuno destacar que la alteración de un ministro por otro no quiere decir que sea una transformación del gabinete. Son dos cosas distintas. Este último cambio es un escenario mucho más complejo y amplio, que para que se dé concretamente se tienen que cumplir alguna de estas condiciones: asunción de un nuevo presidente, se produce una nueva composición partidaria del ministerio o hay una salida de más del 50% de los jefes de cartera.
A modo de conclusión es de destacar nuestra cultura y tradición en cuanto al tema: transcribiendo a Chasquetti Buquet y Cardallero (2013) “Uruguay cuenta con gabinetes estables y duraderos, independientemente del partido que ejerza el gobierno o de la beligerancia que muestre la oposición de turno”. Que no nos sorprendan eventuales variaciones, es parte de la dinámica política.
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