sábado 23 de noviembre, 2024
  • 8 am

Chau paciencia

Padre Martín Ponce de León
Por

Padre Martín Ponce de León

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Minervine

Por el Padre Martín Ponce De León
Era un día como tantos otros días.
Era un día como tantos otros pero en un determinado momento descubrí había perdido la paciencia.
Era un día como tantos otros y me encerré en el auto a leer el diario y tomar unos mates sin que lo exterior me llegase y me hiciese reaccionar de mala manera.
Había más de diez litros de leche, donaciones recibidas, para distribuir.
Se paró en la puerta y desde allí me preguntó: “¿Qué hago con tanta leche?”
“Lo de siempre” le respondí. Ello es distribuirla en botellas más pequeñas y luego entregarle una a cada uno.
“¿Qué es lo de siempre?” me preguntó. “Hacer lo que hacen siempre que hay leche para repartir” le dije.
“Entonces ¿la paso a botellitas chicas?” “Sí, claro”
“¿Y si sobra leche?” “A alguno se le entregan dos botellitas y está pronto”
Se retiró a realizar una tarea que, parecía, no le convencía mucho.
Casi inmediatamente se me acerca otro. “Para el martes van a quedar muy poquitas servilletas”
Sé que en el almacén nos regalan las servilletas pero, igual, le entregué unos pesos para que fuese a comprarlas.
Tomó el dinero y se quedó quieto y me miraba con asombro.
“¿Qué pasa?” le pregunté viendo que se había quedado tieso. “¿Qué hago con esta plata?” “Vas hasta el almacén y comprás servilletas” “Como usted no me dijo nada no sabía lo que debía hacer.
Salió con pasos lentos rumbo al almacén a adquirir las servilletas que se estaban precisando para la próxima oportunidad.
Otra persona, parecía, estaba esperando que este se marchase puesto que se acercó y en voz baja me dice: “Tengo que pedirle algo”
Era mucho misterio como para no saber era un “mangazo” y, entonces, comenzó con una “previa” para edulcorar su pedido.
“Usted sabe que yo le tengo mucho respeto puesto que es mucho lo que le debo. Gracias a usted conocí a familiares y a personas extraordinarias y, por ello, lo quiero mucho”
Iba a continuar en esa línea cuando lo interrumpo y le dije me dijera lo que estaba necesitando. “No me agrada diga esas cosas. ¿Qué es lo que precisa?”
“Es la verdad y se lo voy a decir hasta el cansancio” Ya casi de mala manera le vuelvo a decir: “¿Qué es lo que precisa?” Creo se dio cuenta que mi pregunta no había sido dicha de una forma muy amable ya que, bajando mucho más la voz, me formuló su pedido.
Se retiró y me metí dentro del auto para que nadie más se me acercase.
Mientras tomaba el diario para leerlo me preguntaba qué me estaba sucediendo puesto que me descubría muy molesto.
Si tomaba cada una de las situaciones de manera aislada podía descubrir que ninguna de ellas daba como para una molestia. Habían sido las tres al hilo y ello me hacía descubrir molesto y de mal humor.
Me preguntaba si hubiese habido un cuarto lo habría tratado mal o lo habría maltratado y ello no podría ser.
Como, gracias a Dios, no hubo un cuarto no pude tener respuesta y, también, no me interesaba indagar cuál habría sido mi conducta ya que el malestar persistía.
Tampoco puedo ponerme a explicar la razón de mi incomodidad puesto que no sabría hacerlo adecuadamente ya que no existía alguna razón válida.
Mientras leía el diario y tomaba unos mates me daba cuenta que había perdido la paciencia y recién me encontraba en la mitad de la mañana.
Nadie tiene derecho a ser maltratado y, por lo tanto, lo mejor que podía hacer era permanecer distante de la actividad.
Era un día como tantos días pero yo había perdido la paciencia y necesitaba recuperarla cuanto antes para poder cumplir de buena manera lo que me esperaba en el resto de la jornada.