sábado 23 de noviembre, 2024
  • 8 am

Señor del encuentro

Padre Martín Ponce de León
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Padre Martín Ponce de León

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Por el Padre Martín Ponce De León
Debo reconocer que no es fácil saber eres Tú.
No te conformaste con una invitación sino que nos hiciste encontrarte.
Pensábamos que te llevábamos cuando juntamos unas cosas para otros.
Pensábamos que estábamos haciendo algo por ti.
No pensamos tú nos esperabas para encontrarte con nosotros.
Gastamos un poco de nuestro tiempo consiguiendo lo que habríamos de llevar.
Tú no te conformabas con ello.
Teníamos que llevar lo que cada uno había conseguido.
Te aseguro que fui con un poco de temor.
Algo se agitaba en mi interior mientras iba hacia aquel lugar.
Nunca había estado en ese lugar y conocía su existencia por una fama no muy recomendable que posee.
Sí, tenía un algo de temor por lo que me podría suceder.
Me acompañaron para poder llegar correctamente. Nunca habría llegado de no ser por la guía proporcionada.
Es mi ciudad y me doy cuenta existen lugares que desconozco totalmente.
Al adentrarme por aquellas calles de tierra y casas muy humildes fui tomando conciencia de mis privilegios.
Hasta hoy he podido vivir de espaldas a la realidad de muchos.
Al llegar lo primero que me llama la atención es la precariedad de aquella vivienda.
Diría que me estaban esperando puesto que un tropel de perros salió a nuestro encuentro.
Ladraban detrás de un simbólico tejido puesto que bien podrían habernos rodeado pero se quedaron a la distancia.
Luego salió una señora, supongo es la dueña de la casa, de edad indefinida y mirada más indefinida aún.
¿Qué podría decirle? ¿Cómo abordar una conversación? Creo que ambas no sabíamos lo que se debía decir.
Me armé de coraje y pregunté si era ella (mencioné el nombre que me habían indicado) y dije mi nombre. Los apellidos no importan puesto pueden crear distancias.
Ella extendió su mano delgada para saludarme pero la ignoré para darle un beso en su mejilla demacrada.
Esbozó una tímida sonrisa para no dejar al descubierto la ausencia de algunas piezas dentales.
No me sentía muy a gusto viendo como otras personas se iban acercando. Desde dentro de la casa, desde las casas vecinas. Se acercaban y miraban en silencio.
Expliqué la razón de mi presencia y el motivo de mi visita.
Dejé lo que había llevado y la señora le hizo una seña a uno de los que miraban y este lo entró en la casa.
Le manifesté no lo fuese a tomar a mal pero lo que le dejaba era lo que me parecía podría serle de utilidad en momentos difíciles como los que se viven.
Allí, como si se hubiese destruido algo, aquella mujer comenzó a hablar. Habló de su realidad familiar y lo duro del momento. Habló de la olla popular del barrio y lo mucho que le habían ayudado. Habló de su gratitud y su sorpresa ante lo inesperado de mi visita.
Allí me di cuenta que mis miedos habían desaparecido y valía la pena lo que estaba realizando.
Porque allí estabas Tú y comenzaba a verte.
Siempre estás esperando en alguien. Siempre tienes la delicadeza de ayudarme a descubrir que puedo ser útil. Siempre me haces vivir el miedo de salir de mi círculo de confort para mostrarme que ello vale la pena.
Ya no me importaba estar donde estaba ni hablando con aquella persona extraña porque allí estabas Tú. Viviendo en una casa precaria, con una sonrisa tímida y con palabras muy sencillas.
Eras Tú y te manifiestas cada vez que nos animamos a jugarnos por un encuentro.