Por el Padre Martín
Ponce de León
Gruesas gotas de transpiración corren por mi cuerpo.
Mis olores se suman a los de otros muchos que se agolpan y empujan para mirar.
No es un espectáculo nuevo pero, si, es un espectáculo que siempre atrae las miradas de muchos.
A medida vas acercándote al final de tu camino todos nuestros olores dejan paso a ese olor tan particular que impera sobre la cumbre del Gólgota.
Es el olor del pánico, de la agonía, de la sangre y de la muerte.
Todo ello formando un olor áspero, pesado y penetrante.
Es un olor de espanto pero, a su vez, es atrayente para todos los que, como yo, nos acercamos a mirar.
Los gritos que se alzan, los insultos que se prolongan a tu paso tembloroso y vacilante.
Avanzas camino a la muerte. Vas al encuentro de tu muerte.
Espero ese instante donde todo se revierta pero me doy cuenta que espero en vano.
Durante muchos días todos no hacían otra cosa que mencionarte como futuro rey pero……
Tu suerte está echada puesto que estás, cada paso que vas dando, más cercano a tu final.
No queda mucho espacio para la posibilidad de un reino conforme nuestros sueños.
Me estoy cansando de tanto mirar en todas las direcciones y nada hace presagiar ese reino del que con tanto calor hablabas.
Ya no queda mucho tiempo para la esperanza.
De tus seguidores no se ve ni una sombra.
De un posible apoyo hacia tu persona no hay casi posibilidades. La gran mayoría te siente un perdedor y no duda en insultarte, les has fracasado, los has defraudado.
Cuando más necesarias eran tus palabras mantuviste silencio.
Cuando más esperados eran tus gestos no hiciste ninguno de ellos.
Siempre habías sabido ser desconcertantemente portentoso y no utilizaste tu poder.
Avanzas y te hundes más y más en la peor de las soledades.
La soledad de los fracasados, la de los abandonados, la de los que defraudan.
¿Qué podía haberte costado realizar un milagrito ante Herodes?..
¿Qué dificultad te ganó como para no aprovechar los intentos de Pilatos por salvarte?.
Algo me dice que debo seguir creyendo en vos pero me doy cuenta que creo en vano.
Nadie se acerca a defenderte. Ya nadie cree en tus posibilidades de ser rey.
Con muy poco habrías cambiado tu suerte y no lo hiciste.
Un pueblo defraudado es el más duro de los jueces.
Ya nadie habrá de dejarte marchar.
El pueblo no habrá de perderse el espectáculo de verte colgado de la cruz.
Los soldados no habrán de dejar escapar a una víctima como Tú que, parecería, empeñado en facilitarles la tarea.
¿Tan agobiante era tu vida de profeta que prefieres la dureza de esta muerte?.
¿Estás huyendo de lo que habías prometido y, te das cuenta, no puedes cumplir?.
¿Lo tuyo era todo producto de una mente enfermiza? ¿Dónde está tu reino? ¿Dónde?
Es el final. Me siento sobre una de las piedras de la ladera del monte porque necesito descansar.
He intentado no perderme detalle alguno pero he buscado en vano. Ese detalle que hiciese saber del comienzo de tu reino no llegó y, ahora, no eres más que un ajusticiado más.
Tu reino… una cruz que se queda con tu sangre y tus últimos restos de vida.
Debo reconocer tu entereza ante la muerte pero ello no cambia tu final.
Todo es silencio y el mismo no hace otra cosa que permitir el creciente olor cercano de la muerte.
Como espectáculo ha sido la continuación de un fracaso. En lugar de retorcerte y maldecir tu suerte estás resignado ante la cercanía de la muerte y rezas.
Eres el rey que entrega su vida. Eres el rey que hace mantener viva una ilusión.
Eres el rey que reina entre lo despreciable y más pobre de la sociedad.
Eres el rey de unos poquísimos que se conservan junto a tu cruz.
Eres el rey de lo silencioso, callado y humilde. Eres el rey de lo desconcertante.
No te entiendo, realmente no te entiendo, y siento que siento miedo de ser parte de ese reino que estás comenzando.
El miedo me hace sentir su olor y……. prefiero alejarme antes de reconocerte como nuevo Rey.
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