Por el Padre Martín
Ponce de León
Si hoy hubiese sido Pentecostés todo habría sido muy distinto.
Alguien habría detenido a los primeros discípulos.
¿Cómo van a salir a predicar a Cristo sin un curso de capacitación previa?
¿No sería conveniente establecer bien concretamente lo que se debe decir?
¿No sería oportuno tener bien en claro a quiénes se va a predicar?
¿No sería bueno ya preparar las respuestas para las posibles preguntas que puedan realizar y que todos respondan lo mismo?
Sin duda que cuestionarían a algunos personajes.
¿Cómo Pablo, recién convertido, sale a predicar sin autorización de los apóstoles?
¿Quién sale de garante de la doctrina que predica aquel recién convertido?
Sin duda que cuestionarían algunos hechos.
¿De todos los bautizados cuántos estaban plenamente convencidos?
¿Cuántos eran verdaderos conversos?
Pero, por suerte, la historia no es así.
Abrieron la puerta y salieron a dar testimonio de lo que habían vivido.
Abrieron la puerta y salieron a compartir la experiencia que habían compartido.
Y esa debe ser la esencia del testimonio eclesial que comienza a vivirse desde Pentecostés.
Dar testimonio de la experiencia de Cristo que se vive.
Gritar a los cuatro vientos, con el estilo de vida, lo que significa convivir con Cristo.
Ya no se quedan en Jesús de Nazaret sino que predican y anuncian que Jesús es el Cristo.
Ese descubrimiento es el que cambia la vida de los apóstoles.
Es el que debe cambiar radicalmente nuestra vida.
No salen a transmitir una doctrina sino a compartir una experiencia vital.
Poco a poco irán agregando contenidos a su prédica pero sin dejar de lado eso de que es lo que vivieron en el compartir con el Cristo.
Lo que habían vivido se les hacía demasiado fuerte como para ocultarlo.
Lo que habían vivido les resultaba demasiado impactante como para callarlo.
Sin duda que Pentecostés les hace tomar conciencia de lo que han vivido.
Lo trascendente entra en sus vidas para ver en plenitud lo que habían compartido.
Recién allí cada palabra, cada gesto, cada acción de Jesús se transforma en sacramento del Padre Dios.
Los ojos se le abren para poder ver los años compartidos a la luz de la historia de la salvación.
La irrupción del Espíritu Santo en ellos es lo que les hace pasar de seguidores en testigos.
Creo que eso es algo que necesitamos.
Una fiesta de Pentecostés que nos transforme en testigos.
Pero para ello necesitamos tener una experiencia de Cristo.
Los discípulos primeros habían tenido una experiencia de Jesús.
Luego descubrieron que Jesús era el Cristo.
Dar testimonio de Jesús era dar testimonio de Cristo.
Eso es lo que hoy en día con muchísima fuerza necesitamos.
¿Por qué se tiene tanto miedo a dar testimonio de la experiencia de Cristo que podemos tener?
¿No será porque nos ocupa mucho más la doctrina?
¿No correremos el riesgo de que, ocupados en la doctrina, nos estemos olvidando de Cristo?
Quizás podemos, riesgosamente, afirmar que hoy hay más testigos de la Iglesia que de Cristo.
Sé que no debería existir tal división pero………..
Muchas veces ocupados por la teoría nos olvidamos de la importancia que posee nuestra experiencia de Cristo.
Tenemos vergüenza de compartir lo que Cristo significa en nuestra vida puesto que siempre nos resulta pobre, pequeña o insuficiente.
¿No será que no estamos muy convencidos de que Jesús es el Cristo?
Por ello es que estoy convencido de que necesitamos vivir Pentecostés.
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