Por Gustavo Chiriff
En 1992 Francis Fukuyama anunciaba el fin de la historia. Con la caída del socialismo de la URSS, dijo, «la humanidad entra en una nueva era, de una prosperidad sin precedentes». La democracia liberal y la economía de mercado venían a brindar sus bondades a todo el planeta y el capitalismo el modelo a posicionarse como la esperanza de la humanidad al bienestar.
Quienes sostienen esta teoría, también afirman que China se desarrolla convirtiéndose en «capitalista». Pero en los hechos se desmiente esta afirmación, los mismos teóricos neoliberales admiten que China lejos esta de convertirse al capitalismo. Los propios chinos lo dicen y dan argumentos sólidos. Partiendo de la definición habitual del capitalismo: un sistema económico basado en la propiedad privada de los medios de producción e intercambio, contradice la forma de producción de China, ya que este sistema fue erradicado progresivamente en la China popular en el período maoísta (1950-1980). En el marco de las reformas económicas de Deng Xiaoping a partir de 1979, se inyectó una dosis masiva de capitalismo en la economía, pero esa inyección tuvo lugar bajo el control del Estado. La liberalización parcial de la economía y la apertura al comercio internacional muestran una decisión política deliberada. Para los chinos, se trataba de aumentar los capitales extranjeros para incrementar la producción interna. Asumen la economía de mercado como un medio y no como un fin. Estas reformas se entienden desde un punto de vista político y para preservar su control absoluto sobre el sistema político, el partido debe alinear los intereses por el bien político común, con estabilidad, y proporcionar a la población una renta real, aumentando la calidad de vida. La economía de mercado es un instrumento, no una finalidad, la apertura es una condición de eficacia y conduce a esta directiva económica operativa: alcanzar y superar a Occidente.
Decir que China se convirtió en «capitalista» después de haber sido «comunista» indica, una visión ingenua del proceso histórico. Que haya capitalistas en China no convierte el país en «capitalista», si se entiende con esta expresión un país donde los dueños de capitales privados controlan la economía y la política nacionales. En China hay un partido comunista con 90 millones de afiliados, que controla su economía.
Los teóricos liberales se dividen en dos categorías: los que reprochan a China que siga siendo comunista y los que se alegran de que se haya hecho capitalista. Unos solo ven «un régimen comunista y leninista» disfrazado, aunque ha hecho concesiones al capitalismo ambiental. Para otros China se ha vuelto «capitalista» por la fuerza de las cosas y esa transformación es irreversible.
China ha encontrado la receta de un contra modelo eficaz al capitalismo occidental. Hasta ahora no había ninguna alternativa a este modelo, que sea sostenible (Cuba resiste, pero se desangra en el bloqueo) y la caída de la URSS en 1989 consagró el éxito del modelo capitalista. Pero la China actual no lo suscribe. Su modelo económico híbrido combina dos dimensiones opuestas pero que coexisten: la primera viene del marxismo leninismo, está definida por un poder controlado del partido y un sistema de planificación vigorosamente aplicado. La segunda se refiera más a las prácticas occidentales, que se centra en la iniciativa individual y en el espíritu emprendedor. Cohabitan así el control del PCC sobre los negocios y un sector privado abundante. Al convertirse en la primera potencia económica del mundo, la China popular elimina el pretendido «fin de la historia». Deja en un segundo puesto a un Estados Unidos, con una economía muy complicada, por la desindustrialización, el sobreendeudamiento, el desmoronamiento social y el fracaso de sus aventuras militares. Mientras que en China retrocede la miseria, en Estados Unidos avanza.
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