Por el Dr. Pablo
D. Vela Gadea
Entre elección y elección, nuestro día a día se convierte en una suerte de libro de quejas, mayormente dirigidas a nuestros gobernantes, ya sean a nivel nacional o departamental. La mayoría de estas quejas están respaldadas por situaciones concretas que se hacen evidentes al transitar nuestras calles. Durante el día, nos enfrentamos a baches y desniveles, mientras que en la oscuridad de la noche, la falta de iluminación se suma a nuestra travesía. Estos problemas se intensifican a medida que nos alejamos del centro de la ciudad.
Ya sea al pagar impuestos directos o indirectos, nuevamente recordamos a quienes nos gobiernan. Al abordar temas como seguridad, empleo/desempleo, entre otros, escuchar, leer o ver las noticias nos proporciona material para formular críticas hacia el gobierno de turno. En muchos casos, estas críticas están respaldadas por hechos concretos.
Sin embargo, ¿Qué hacemos desde nuestro lugar para cambiar estas situaciones? ¿Qué acciones tomamos para prevenir problemas específicos o generales que presenciamos y sabemos que no son correctos?
Así, el libro de quejas se vuelve interminable, comparable a las promesas de Andrés Lima, extenso como los arreglos de la caminería rural, e insignificante como el «puente» del Parque Indígena.
Es hora de asumir responsabilidad, de conocer a quienes les daremos la inigualable oportunidad de dirigir el departamento durante cinco años. Debemos informarnos sobre quiénes son, qué hacen y qué han hecho. ¿Merecen ser reelegidos? ¿Merecen una segunda oportunidad? ¿Residen en Salto o simplemente nos visitan?
Además, ya no podemos culpar al funcionario municipal que dedica dos años llevando y trayendo máquinas para una obra específica, solo para que el vecindario vea el movimiento, sin que se concluya nada. En ese tiempo, con una gestión eficiente, podríamos haber resuelto varios problemas en todo el departamento, pero los costos políticos dictan la agenda de un intendente débil e inseguro. Exijamos que las máquinas no solo se desplacen, sino que resuelvan y encuentren nuevos destinos, para que Salto deje de ser un montón de escombros, desniveles y una ciudad gris.
Elijamos cuidadosamente a nuestros representantes nacionales y departamentales. Necesitamos defensores, creadores de espacios y oportunidades. Hoy en día, los pequeños productores hortofrutícolas lamentan la falta de ediles a la altura de las circunstancias, observando cómo muchos colegas deben cerrar sus negocios debido a decisiones arbitrarias de la Intendencia de Salto. Las condiciones iniciales no se respetaron, las ofertas iniciales cambiaron y, para coronar un proceso desprolijo, se emitió un «decretazo» o, según un jerarca frenteamplista, «se van o se van».
Si conocemos sus prácticas, costumbres y trampas, darles otra oportunidad habla más de nosotros que de ellos. Seríamos ingenuos al pensar que el egoísta, mezquino y especulador cambiará de la noche a la mañana. Son los mismos, aprovechándose de las necesidades de la gente, ofreciendo terrenos y grados a los funcionarios de la intendencia, otorgando contratos de monotributistas, empleando a la cuñada «mientras consigue otro trabajo» o manipulando la «junta votos» en Salto Grande.
Requisito esencial para el sufragio: tener 18 años cumplidos. A esta edad, deberíamos ser lo suficientemente maduros como para no caer nuevamente en las artimañas de aquellos que, aun con pruebas irrefutables de su incapacidad, continúan manchando la política. Exigen nuestro voto, un voto que, a todas luces, resulta inútil para el departamento.
Puede parecer que falta mucho tiempo, pero en realidad no falta nada. Aparentemente, creemos tener claridad, pero se avecina un escenario sin precedentes en el departamento. Con tiempo, aclaremos nuestras dudas: ¿Quién se alinea con quién? ¿A quién beneficio con mi voto? Porque luego se inaugurará nuevamente el libro de quejas, que, una vez más, no servirá absolutamente para nada.
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