Por el Padre Martín Ponce De León
A lo largo de toda la Sagrada Escritura nos podemos encontrar con diversas imágenes de Dios.
Esas imágenes responden a la cultura o a las necesidades propias del tiempo vivido.
Es evidente que, a lo largo de toda la historia, los hombres han ido “inventando” a Dios.
Dios e historia propias de los hombres.
Dios y las necesidades concretas de los hombres o de un país.
Para aquel pueblo el hecho de tener un Dios abstracto significaba el no poder endosarle historias como otras religiones contemporáneas.
Para aquel pueblo el hecho de tener un Dios único implicaba no poderle atribuir situaciones propias de la condición humana como sucedía con otras religiones vecinas.
A Dios únicamente podían trasladarle atributos humanos.
Así fueron tejiendo una religión donde desde lo humano se podía llegar a lo divino.
Era, también, una forma de continuar “inventando” a Dios.
Pero, un día, Dios no quiso continuáramos inventándolo.
Se hizo hombre y compartió nuestra historia.
Se hizo hombre y caminó con nosotros.
Para que no lo “inventáramos” más, sino que comenzáramos a “descubrirlo”
Para poder descubrir a Dios necesitamos descubrir a Jesucristo.
Para poder llegar a Dios necesitamos transitar a Jesucristo
Ya no alcanza con saber lo que dicen los relatos, sino que debemos aprender a ver lo que nos enseña del mismo Dios.
No alcanza con que nos quedemos con algunos textos, sino que debemos intentar llegar a la totalidad del Jesucristo de los relatos.
Hasta no hace mucho se nos presentaba a Dios que se nos imponía miedo mediante y hoy debemos saber descubrir a Dios que nos conquista amor mediante.
“Compasión” “Misericordia” “Ternura” “Comprensión” son algunos de los rasgos característico de Dios en Jesucristo.
Ya resulta imposible volver a la imagen de Dios vengativo o belicoso guerrero.
Solamente nos podemos quedar con la certeza de Dios dador de un amor apasionado.
Por más que continuemos atribuyendo conceptos humanos a Dios estos no pueden ser ajenos a la realidad de Jesucristo.
Los cristianos no deberíamos ser otra cosa que la actualizada prolongación de Jesucristo para nuestro hoy.
Ese Jesucristo que vivió profundamente involucrado con las realidades de su pueblo.
Ese Jesucristo que no dudó en hacer sentir su voz contra un régimen religioso y social que marginaba a muchos de sus contemporáneos. Ese Jesucristo que no necesitó de interrogatorios para perdonar. Ese Jesucristo que hizo sentir persona a cuantos se llegaban hasta Él con corazón sincero. Ese Jesucristo que no dudó en acercarse con preferencia a aquellos que experimentaban de verdad su condición de pecadores.
Es evidente que estas realidades cristianas deberían verse con fuerza y nitidez en la Iglesia. Pero muchas veces pesa mucho más lo institucional que lo testimonial.
En esa Iglesia comunidad de comunidades deberíamos encontrar la fuerza como para vivir a Jesucristo.
Es un encuentro personal que se hace invitación a un estilo de vida. El Dios del amor, el Dios que nos propone Jesucristo, es un Dios de amor y, por lo tanto, de experiencia particular y de libertad. Sin duda que tenemos mucho que descubrir de Jesucristo para poder vivir un poco más y mejor a Dios.
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