sábado 23 de noviembre, 2024
  • 8 am

Confusión

Padre Martín Ponce de León
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Padre Martín Ponce de León

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Por el Padre Martín Ponce De León
Conozco a algunos, pero, evidentemente, no puedo conocer a todos.
Ayer venía caminando cuando veo que un cuida coches levanta su mano y me saluda desde la vereda de enfrente. Yo respondo a su saludo mientras intento forzar mi vista para tratar de identificarlo y ello me resultaba imposible. Se puso de pie y me detuve.
Luego de dejar pasar a varios autos y alguna moto, cruzó la calle y se llegó hasta donde me encontraba con una amplia sonrisa en su rostro.
A medida se iba acercando su sonrisa se fue borrando y su mirada se hizo más y más escrutadora. “Perdón. Lo saludé pensando era un colega, pero me equivoqué. Es muy parecido a (me da un nombre) y mi vista no me ayuda mucho”. “No se preocupe, yo tampoco tengo muy buena vista y te miraba preguntándome quién serías” “Flaco, de barba y con boina. Me hizo confundir. ¿Usted no conoce a (vuelve a repetirme el nombre)?” “No, no lo conozco, pero no tiene importancia el que se haya confundido”
“Pero lo hice detenerse y aquí, en esta calle, está frío el viento” “No pasa nada. Yo estoy de paso mientras vos estás instalado en este viento frío”
Así fuimos conversando por un rato y él reiteraba su pedido de disculpa ante el hecho de haberme confundido, cosa que, a mí, no me molestaba.
Durante este tiempo, ya unos cuantos meses, he tenido la oportunidad de encontrarme con gente que me cuesta reconocer. Personas que han perdido el pelo o al que poseen lo han vestido de canas. Personas que están mucho más delgadas y con el rostro surcado de arrugas o mucho más gordas y con el rostro desconocido.
Muchas veces me encontré en la necesidad de preguntar con quién estoy hablando y, en oportunidades, me pregunto con quién hablé. Personas que eran niños y hoy son adultos lo que hace sea imposible su reconocimiento.
No es que piense que los demás han cambiado y yo no lo he hecho. Pero como convivo conmigo no me llama la atención el paso de los años sobre mi persona. Sé que estoy viejo y no me angustia reconocer tal cosa.
En oportunidades la confusión nos puede hacer pasar un mal momento, pero, generalmente, es una oportunidad para entablar un lazo con alguien y ello reconforta.
Jesús, que está siempre en la vereda nos ve pasar y nos ubica perfectamente. Él nunca se confunde ni se queda preguntándose “¿Quién es?”. Constantemente se nos acerca y crea lazos para que nos sintamos unidos a Él.
No le importa si no lo reconocemos o lo confundimos. Él conoce nuestra realidad y se nos acerca con una sonrisa para que podamos establecer, con Él, un lazo de afecto, gratitud y compromiso.
Afecto puesto que su iniciativa no es otra cosa que un gran acto de amor. Quiere contar con nosotros en su vida y que nosotros contemos con ´Él en nuestra vida por la sencilla y única razón de que nos ama tal como somos.
Gratitud puesto que cada uno de nosotros no necesitamos de mucho para darnos cuenta que no somos dignos de sabernos tan queridos por él ya que en muchas oportunidades le hemos fallado o hemos actuado completamente opuesto a lo deseado por ´Él. Estamos muy lejos de poder decirnos que nuestro estilo de vida responde al suyo y, pese a ello, continúa ofreciéndonos su cercanía, su confianza y amor.
Compromiso ya que reconocer a Jesús presente en los demás es un algo que no nos deja indiferentes. Una vez que lo hemos descubierto, transitamos la vereda con los ojos atentos para volver a encontrarlo, saludarlo y conversar, aunque más no sea por unos instantes.
Nos podremos confundir producto de nuestra pobre visión, pero Él jamás nos confunde.