Por el Padre Martín Ponce de León
Supongo que uno imagina desde sus gustos y no desde su realidad. Hace mucho tiempo una persona se preguntaba cómo sería, físicamente, María. Sé que esa pregunta se ha llegado hasta mí en reiteradas oportunidades. No porque sea importante tal cosa sino porque la curiosidad, en oportunidades, nos lleva a divagues de ese tipo. En oportunidades me he visto preguntándome cómo serían las manos de María. Siempre que me realizo tal pregunta debo dejar volar mi imaginación ya que nunca se me ocurre ponerme a mirar mis manos. No creo pueda encontrar, en mis manos, algo de lo que imagino podrían ser sus manos. Si miramos las actividades que debían desarrollar las mujeres de aquel tiempo debemos concluir que las manos de María no eran unas manos tersas. Absolutamente todas las tareas de la casa pasaban por sus manos. Hilado, hechura de prendas de vestir, cocina, limpieza, búsqueda de agua y leña, molienda de granos, cuidado de los animales domésticos, dedicación a los hijos y al esposo. Todo lo de la casa era responsabilidad de sus manos. Sin duda que las manos de cualquier mujer de aquel tiempo eran manos cubiertas de trabajo. Las manos de María no habrían sido distintas a tal realidad. Supongo que las manos de María eran unas manos grandes. El conjunto de la palma y los dedos sería de un tamaño llamativo porque importante. No serían, las suyas, unas manos que habrían de pasar desapercibidas en el conjunto de su ser. Eran manos donde huesos y tendones se hacían realidad muy presente. Llamarían la atención sus dedos. Finos, largos y cargados de nudos. Esos dedos prolongados donde uno descubre siempre hay lugar para ubicar su mano. La aparente fragilidad, de aquellos dedos, se vuelven increíbles en la hora de cientos de detalles. Son dedos prontos para ocupar su tiempo en la delicadeza de un tejido. Son dedos dispuestos a juntar flores del campo y realizar con ellas un delicado ramo. Son dedos agiles para acercar un obsequio. Son dedos que se transforman en palabras cuando, al hablar, se apoyan en el brazo del interlocutor. Las manos de María son siempre constructoras de sorpresas. No son manos acostumbradas a lo previsible sino dispuestas a lo inesperado. Por ello es que acercarse a ellas es hacerlo con los ojos bien abiertos para no perder detalle alguno y, siempre, dejarse sorprender. La palma de sus manos es un increíble refugio de calidez.Allí podemos depositar lo que somos con la certeza de ser bien acogidos. Allí podemos ubicar nuestra soledad para tener la certeza de que la misma se esfuma. Allí podemos colocar nuestras búsquedas para descubrir que las mismas se vuelven apasionadas. Por algo aquellas manos fueron el primer pesebre en, aquella lejana, primera navidad. Su mano no duda en aferrar la nuestra como manifestación de cercanía, ternura y aceptación. Es así como sus manos se transforman en un prolongado reflejo de su ser. Todo lo que ella es lo dice desde esas sus manos grandes, esbeltas y amistosas. Son manos que no necesitan de adorno alguno ya que ellas mismas son un hermoso adorno de su ser todo. Son manos de mujer y, por ello, colmadas de ternuras para brindar. Son manos de madre y, desde ellas, nos llegan caricias y ayudas para crecer y confiar. Son manos de amiga y, en ellas, encontramos cercanías y aceptación. Sin duda que hoy, son manos colmadas de cercanía y ternura. Son manos dispuestas para brindar calor y amistad.
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