jueves 3 de octubre, 2024
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Momento fuerte

Padre Martín Ponce de León
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Padre Martín Ponce de León

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Por el Padre Martín Ponce de León

Sin lugar a dudas que la celebración del sacramento de la reconciliación es uno de los momentos difíciles que, como cristianos, debemos saber asumir.
Antes dicha celebración se llamaba sacramento de la confesión y su cambio de nombre debe responder a un cambio de actitud en la celebración del mismo. Antes todo estaba centrado en la confesión de nuestras faltas. Tan así que se nos insistía en la necesidad de recordar y manifestar todas y cuántas veces.
Era, algo así, como sacar a la vereda nuestra bolsa de basura y debíamos estar atentos a no dejar ningún resto de basura en el interior de nuestra casa. Cuando regresábamos de dejar la basura acomodábamos una nueva bolsa en el lugar pertinente puesto que habríamos de volver a recolectar nueva basura.
Hoy todo está centrado en la realidad de un proceso de conversión que debemos asumir e intentar comenzar a vivir. Todos sabemos que nuestra realidad está integrada de cualidades y defectos. Es parte de lo que somos y debemos ser conscientes de ello.
Así como podemos descubrir somos insensibles ante la realidad que nos reclama, podemos encontrar que poseemos solidaridad que, en oportunidades, nos impulsan a encontrarnos positivamente con los demás. Ante esa dualidad ¿qué es lo más atinado ha realizar? ¿luchar contra nuestras insensibilidades o potenciar nuestra solidaridad?
Sin optamos por lo primero nos habremos de abocar a un combate muy arduo puesto que será ir contra algo que hace a nuestra forma de ser. Si optamos por lo segundo nos encontraremos ante una tarea colmada de intentos pero que, en la medida la asumamos, nos ayudará a posturas positivas que entran dentro de nuestras posibilidades.
Si nos tomamos en serio nuestro apoyarnos en actitudes positivas iremos descubriendo que esas realidades negativas van menguando puesto que perdiendo fortaleza en nuestro interiorsin que nos hayamos ocupado en ello.
La cuestión no pasa por quedarnos en nuestra miseria sino en potenciar nuestras fortalezas y hacer tal cosa está al alcance de cada uno de nosotros.
No hace mucho me tocó, desde el sacramento de la reconciliación, vivir una instancia muy fuerte. Un grupo de jóvenes – adolescentes iban a celebrarla. Se me dijo que muchos de ellos poseían una vivencia cristiana muy rudimentaria y que debía estar preparado puesto que me habría de encontrar con realidades donde lo más posible eran vivencias que conceptos. Algunos de ellos era la primera vez que celebraban tal sacramento y, quizás, debería ayudarles con la celebración.
Los que se llegaron hasta mí me dejaron gratamente sorprendido y, puedo decirlo, me reconfortaron en el hecho de haber sido invitado a participar de tal momento.
No fueron a plantear generalidades sino situaciones bien concretas. Tan concretas que, en algunos casos, su voz se quebraba al manifestar sus situaciones. No les resultaba sencillo enfrentar realidades que les tocaba vivir y ante las que se sabían dolorosamente involucrados.
No es fácil enfrentar la realidad y asumir la necesidad de revertir situaciones en las que nos encontramos involucrados. Tampoco es cuestión de responsabilizar a los demás y esperar que todo se resuelva desde iniciativas ajenas.
La reconciliación es una celebración donde, por sobre todas las cosas, debe primar el amor. Amor de un Dios que nos comprende. Amor de nosotros que deseamos intentar que sea ello quien guie nuestro actuar. Amor que nos motive a intentar ser mejores personas.