viernes 1 de noviembre, 2024
  • 8 am

Buen alimento

Padre Martín Ponce de León
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Padre Martín Ponce de León

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Por el Padre Martín Ponce De León
Nuestra vida de cristianos es un a diario ponernos en camino.
Es un siempre estar comenzando desde lo que somos.
Sobradamente sabemos que el camino no es fácil.
Sobradamente sabemos que ser coherentes con nuestra condición de caminantes no es nada simple.
Muchas veces claudicamos en nuestra condición de peregrinos.
Con facilidad encontramos ese pretexto que nos resulta válido como para no ponernos a caminar.
Siempre la excusa nos puede sonar a tan válida que hasta llegamos a creer en su validez pero, también, muy bien lo sabemos, no es otra cosa que un simple pretexto con el que intentamos justificar nuestras claudicaciones en nuestra realidad de caminantes.
“Estamos cansados”.
“No es nada simple”.
“Quisiera ver algún resultado”.
“Ya son demasiadas las complicaciones de la vida personal como para ir, voluntariamente, al encuentro de otras”.
“Necesito un poco de tiempo para recuperar fuerzas”.
“No estoy bien y prefiero hacer un alto antes de continuar mal”.
Así podríamos seguir mirando algunas de esas “razones” a las que solemos apelar con tal de no caminar.
Tal vez en nuestros primeros momentos de caminantes lo hacíamos portando todos los elementos que podíamos considerar necesarios para una jornada de camino.
Poco a poco fuimos dejando cosas antes de salir, cada día, al encuentro de nuestro día.
Fuimos descubriendo que muchas cosas nos resultaban únicamente una pesada molestia y nos animamos a ir prescindiendo de ellas.
Fuimos viendo como el mismo camino se iba encargando de poner, al alcance de nuestra mano, esos elementos necesarios para cada etapa.
Hasta que llegamos a la certeza de que, pese a nuestras debilidades, la mejor manera de hacernos al camino es con las manos vacías y el corazón abierto a las sorpresas y novedades que habremos de encontrar.
Fue para aliviarnos y fortalecernos en nuestra condición de caminantes que se hizo alimento.
Antes de poner punto final a su peregrinar por los caminos de Galilea, en una tarde – noche con sabor a intimidad y despedida………..
Tomó un trozo de pan…………
Tomó una copa llena de vino…………
Habló de Cuerpo entregado………..
Habló de Sangre derramada…………..
Y se quedó definitivamente para que supiésemos que en nuestro caminar siempre podíamos contar con Él.
Para que nuestras ganas fuesen siempre nuevas.
Para que nuestro horizonte estuviese siempre claro.
Para que las contrariedades no nos detuviesen.
Para que las claudicaciones no nos frustrasen.
Para que supiésemos enfrentar la cruz sin reniegos ni miedos alienantes.
Para que tengamos el coraje de caminar con los ojos bien abiertos.
Plenificó al pan y al vino de su vida para que nuestra vida se llenase de trascendencias.
Alimentados de Él podemos salir al encuentro de los demás para buscar el encuentro con Dios.
Con Él como alimento descubrimos lo innecesario que se nos vuelven muchas humanas realidades porque Él hace plenas a nuestras ansias y sueños.
Sin lugar a dudas que es un alimento vivo y para la vida porque es alimentarse de la Vida misma.
¿Qué más para hacernos al camino?.
¿Qué mejor para caminar colmados de gozo?.
Es sentir que nuestro ser de caminantes se vuelve una celebración al amor.
Nos dejó su Cuerpo y su Sangre para que, desde Él, nuestro caminar sea un acercarnos a la más plena felicidad del amor.