domingo 16 de marzo, 2025
  • 8 am

Llamado de atención

Padre Martín Ponce de León
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Padre Martín Ponce de León

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Por el Padre Martín Ponce De León
Venía rengueando y, por lo tanto, con pasos muy lentos. Sobre uno de sus hombros cargaba una pequeña bolsa que trasladaba, cada tanto, al otro de sus hombros.
Miro, detenidamente, su andar que, poco a poco, se acercaba hasta donde me encontraba. Me mira y se sonríe y, a mí, me llama la atención una remera celeste que lleva envuelta en uno de sus tobillos. En mi mente, supongo, le ha sucedido algo.
Al llegar a cruzarnos, en la vereda, nos saludamos. Le pregunto qué le ha pasado en la pierna y, con una sonrisa, me manifiesta: “Nada. Es para llamar, un poco, la atención”. “No, le contesto, en serio, ¿qué le pasó?”. Se ríe, me mira muy fijo y me dice: “Hay que llamar la atención”. “Que tenga suerte” me limito a decirle. Nos reímos y continuamos nuestro camino.
Continuamos, él con su carga de estar en la calle y yo con algunas preguntas en mi mente. ¿Le pasaba algo y no me quiso decir? ¿Lo habrá tomado como una pregunta fuera de lugar? ¿Será verdad que no tenía nada? ¿Debía ignorar a aquella remera atada en su tobillo?
Me vino a la mente el recuerdo de una persona, muchos años atrás, pedía en la puerta del templo y llevaba, en un bolso, unas vendas que se colocaba en sus manos antes de instalarse en los escalones de ingreso y comenzar a pedir.
Suponiendo me ha dicho la verdad (cosa que dudo) me pregunto: “¿Por qué tiene necesidad de llamar la atención?”. Sin lugar a dudas su sola presencia no pasa desapercibida. Alto, de pelo y barba abundante que manifiestan desprolijidad. Su ropa grita de mucho uso y pocas limpiezas. Su camisa, casi siempre, incorrectamente abotonada. Por lo general suele andar cargando algo o hablando en soledad, pero con voz muy potente (no me animo a decir que anda a los gritos). Todo en él llama la atención. ¿Por qué puede necesitar de algo para llamar la atención?
En su condición de “pide pan” debe ser muy fácil transitar las calles de la ciudad y sentirse ignorado y, por ello su necesidad de llamar la atención. Son, muchas veces, parte de un paisaje urbano que, desgraciadamente, incomoda a algunos, molesta a otros y, a muchos, ya no llama la atención.
Nos hemos acostumbrado a verlos en determinados lugares. Nos hemos acostumbrado a que allí se encuentran y eso hace que ya, casi, ni los veamos y, mucho menos, que su presencia nos cuestione.
No están para que los miremos con desprecio. No están para que nos acostumbremos a verlos y los ignoremos. No están para que podamos elaborar grandes teorías sociológicas sobre las razones de su presencia. Están allí para, con su sola presencia decirnos algo, para que nos acerquemos y caminemos con ellos.
No son objetos dentro del paisaje. Son personas y, como tales, debemos saber verlos y aceptarlos, por más que no compartamos su opción de vida. Están allí para que nos podamos llegar a ellos y compartir trozos de camino.
Caminando con ellos es que podemos ayudarles a que se ayuden a recuperar algo de su dignidad y nosotros podamos aprender a ser más humanos. Siempre, todos tienen algo para enseñarnos y con corazón abierto debemos transitar con ellos.
Hace poco, un señor, mirando a un grupo de ellos sentados en un banco de la plaza, me decía: “Esto es un temón”
Su sola presencia debería ser un motivo de llamado de atención. Muchas veces nuestra indiferencia es tal que necesario se hace se deba envolver una remera en el tobillo para, únicamente, llamar nuestra atención.