Por el Padre Martín Ponce De León
La celebración de Jesús que sube al cielo es, entre otras cosas, una celebración que nos enseña cuál debe ser, como personas, nuestro destino. Estamos llamados a trascendernos y, por ello, nuestra vida no puede limitarse al aquí y al ahora. Nos realizamos totalmente en la medida que los valores del Reinado de Dios son nuestros valores y, para ello, vivir teniendo como rumbo el cielo.
Transitamos la vida y vamos, muchas veces sin habérnoslo propuesto, permitiendo se nos adhieran, realidades que no tienen nada que ver con los valores del Reinado de Dios.
En oportunidades, esas realidades, se hacen parte de nosotros y, por ello, nos vamos cargando de vivencias que nos impiden vivir conforme nuestra realidad de cristianos.
Jesús llegó al final de sus días desprovisto de todo y lo único que le quedaba, la vida, la entregó por amor.
Podemos tener experiencias de entrega y solidaridad, pero, a medida vamos viviendo, esas experiencias se transforman en limitaciones o comodidades que nos impiden sumarnos a lo que un día vivimos. Siempre encontramos excusas para justificarnos o refugiarnos en una solapada comodidad y, lo que un día vivimos, se transforma en un lejano recuerdo.
Con el paso del tiempo vamos limitando nuestro actuar a hablar en pasado o a recordar actitudes que ya no están más en nosotros, aunque las recordemos como algo positivo que un día supimos hacer.
Esto, que puede ser muy común, es totalmente opuesto a lo que nos implica tener como rumbo al cielo.
Rumbo al cielo es vivir poniendo todo nuestro empeño en aquello que es verdaderamente esencial. Es poner nuestra atención en lo esencial y no en lo circunstancial. Es ir dejando de lado lo superficial para quedarnos con lo verdaderamente importante.
Rumbo al cielo es animarnos a estar “ligeros de equipaje” porque prestando atención solamente a aquello que es verdaderamente importante para nuestro intentar vivir conforme Jesús.
Hacer tal cosa no es un algo sencillo y, mucho más se nos complica cuando nos encontramos con una realidad social que cuestiona y censura tal comportamiento. Parecería que necesitamos andar arrastrando nuestro “equipaje existencial” puesto que cuanto más pese el mismo, más importante resulta y más útiles podemos ser. La realidad nos habrá de demostrar que nuestra utilidad será mayor en la medida que sepamos aportar lo que somos y no mucho más.
Para poder vivir con rumbo al cielo necesitamos animarnos a dejar de lado nuestras seguridades y correr los riesgos que implica el salir a la intemperie y encontrarnos con lo que Dios va poniendo a nuestro paso. No se sale a la intemperie con la finalidad de enseñar o de imponer nuestras posturas, sino que se sale para aprender y dejarnos cuestionar por las vivencias de los demás. Nuestras posturas se dejan cuestionar por las posturas de los demás y, allí, siempre encontramos algo para aprender o modificar en nuestro actuar.
Cuando logramos actuar de esa manera es que, verdaderamente, nos sentimos “rumbo al cielo” puesto que, despojados de certezas inamovibles, de enseñanzas que se buscan imponer, de última palabra que pretendemos poseer o dogmas que deseamos transmitir. Estar “rumbo al cielo” es asumir que lo más valioso que tenemos para aportar es esa cercanía que dignifica el otro pese a nuestros límites.
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