Por el Padre Martín Ponce De León
Muchas veces solemos no mirar detenidamente un signo especial que se nos relata cuando la resurrección de Jesús.
Jesús se manifiesta resucitado, en primer lugar, a un reducido grupo de mujeres.
Habían ido con la finalidad de culminar los ritos funerarios realizados a prisa con motivo de la fiesta de Pascua.
No es un detalle menor y merece una atención mayor de la que, normalmente, se le brinda cuando se lee tal texto.
En los tiempos de Jesús las mujeres eran seres que no contaban para la religión y la sociedad de aquel tiempo.
Es a ellas, en primer lugar, a quienes se manifiesta y las envía como testigos de su resurrección.
Jesús se vale para manifestarse de aquellos que no cuentan.
Es un detalle que debería hacernos replantear muchas de nuestras posturas cristianas.
Pablo, en su relato de la resurrección, las va a omitir y ello ha sido nuestra postura cristiana durante muchísimo tiempo.
Pablo borra, como testigos primeros, a los que no cuentan.
Existen muchas páginas escritas hablando de la condición misógina de Pablo y justifican dicha omisión por ello.
Considero que la omisión no responde, solamente, a ello sino, fundamentalmente, al interés de borrar como primeros testigos a los que no cuentan.
Pero dejemos a Pablo y su postura para quedarnos en lo que hace a los relatos evangélicos y su manifestación de un signo especial.
De asumir tal relato deberíamos tener una postura muy especial con respecto a nuestra realidad de cristianos en cuanto continuadores de Jesús.
Somos seguidores de Jesús y, por lo tanto, teniendo una mirada muy significativa para con aquellos que no cuentan para la sociedad actual.
Es mirar con detenimiento la realidad de esos, cada vez más, que hoy en día viven al margen de la sociedad.
Es reconocer que Jesús tiene, en primer lugar, una buena noticia para ellos.
Los considera y por ello se les manifiesta.
Los tiene en cuenta y por ello se les muestra para que sean testigos.
Testigos de que ellos también importan.
Testigos de que nuestro hoy se transforma en la medida en que somos capaces de aportar para revertir la realidad existente.
Los que no cuentan poseen, también, una realidad para decirnos en la medida que podemos ser capaces de prestarles atención, escucharles e integrarlos para que no continúen marginados.
Las mujeres no tenían voz en las reuniones religiosas de aquel tiempo y Jesús les pide sean voz primera del hecho religioso más trascendente de toda la historia.
Muchos de los que hoy en día no cuentan no poseen voz en nuestra vida de cristianos y, tal vez, ha llegado el momento de que volvamos a escuchar su voz para aprender.
Aprender a buscar las razones para agradecer cada día.
Aprender a buscar los motivos para no bajar los brazos y continuar esperando.
Aprender a buscar la manera de valorar lo que se tiene y lugar de añorar lo que nos falta.
Aprender a buscar la manera de disfrutar lo que día a día se logra sin lamentar lo que no se ha podido lograr.
Sin duda hay mucho para aprender de los que no cuentan en lugar de proponernos enseñarles todo eso que, entendemos, deben incorporar para ser personas dignas.
Si asumimos este signo especial que los relatos evangélicos nos relatan sin duda tendríamos una vivencia cristiana mucho más comprometida y transformadora del hoy.
Si asumimos este signo especial nuestra vivencia cristiana sería mucho más sencilla y cerca de la propuesta de Jesús.
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