miércoles 27 de noviembre, 2024
  • 8 am

Razonando

César Suárez
Por

César Suárez

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Por el Dr. César Suárez
Cálculos realizados, el planeta tierra no podría alimentar más treinta millones de personas en forma simultánea con su capacidad de producción natural.
En algún momento, hace muchos miles de años, la gente se alimentaba de lo que la generosa naturaleza aportaba porque la población mundial distaba bastante de llegar a esa cifra.
En la medida que la población crecía, muchos se tuvieron que poner a pensar en la forma de hacer rendir más los recursos naturales para poder dar a basto con el crecimiento incesante de la población. Ya no daba con lo que la naturaleza aportaba y había que ponerse a cultivar.
Las estrategias comenzaron a perfeccionarse con el aporte acumulativo de la experiencia colectiva y lentamente se fueron generando inventos para hacer rendir más a la fuerza bruta.
La necesidad imperiosa llevó a que muchas personas se pusieran a pensar acerca de la forma más eficiente de obtener un resultado con menos esfuerzo físico.
Pero pensar no es una tarea fácil y si bien no cansa los músculos, cansa las neuronas y hay personas que prefieren no hacerlo y seguir haciendo siempre el mismo esfuerzo físico antes de buscarle la vuelta.
Sin embargo, hay ocasiones que un simple recurso, una mínima vuelta de tuerca, simplifica problemas que generaban mucho trabajo.
El profesor alemán, Artur Fischer, viendo que la gravedad de la tierra hace que todo objeto más pesado que el aire quiera ocupar el lugar más declive, y que era difícil que las cosas permanecieran donde uno quiere que se queden, terminó por inventar en el año mil novecientos cuarenta y ocho, un taco de nylon al que le puso su apellido, llamándolo taco Fischer, en forma tubular, corrugado, con agarraderas, que al colocarlo dentro de un agujero de su tamaño, permitía aplicar un tornillo que al hacer presión sobre sus paredes, era casi imposible de arrancar, lo que permitía sostener muy firmemente, estructuras pesadas sin que se movieran del lugar de donde alguien quería que se quedaran. Una estructura tan simple, pero que le simplificó la tarea a muchos millones de hombres y les ahorró miles de millones de horas de trabajo a la humanidad, simplemente con solo ponerse a pensar.
También en la década del cuarenta, en Suiza, George de Mestral, que no daba puntada sin hilo, una mañana, luego de volver de un paseo con su perro, se dio cuenta que su pantalón y su abrigo y los pelos de su perro, estaban llenos de unas semillas de una planta conocida con rebaba, muy adheridas y muy difíciles de sacar.
La casi totalidad de los comunes mortales no hubiésemos agarrado una terrible bronca por dicho inconveniente y por la dificultad para deshacerse de tan molestas semillas, pero el no. Se puso a estudiar las virtudes de esas semillas para quedarse adheridas, las miró al microscopio y descubrió que tenía muy numerosos ganchitos que se adherían firmemente a otras superficies que tuvieran fibra. Esa idea le permitió inventar el velcro y ahora, todo el mundo se sujeta todo con estas simples agarraderas, simplificándonos la tarea a millones de personas en el mundo, por su simple observación.
Así, el mundo se ha ido dotando de recursos simples que en la mayorías de los casos no nos preguntamos de donde han salidos, simplemente los usamos como si siempre hubiesen existido, pero es obvio que alguien los tuvo que inventar.
Alguien inventó los botones, alguien inventó los ojales, los cintos y las hebillas, las tuercas y los tornillos, los clavos y los martillos, las cerraduras y las llaves, las, pinzas, las tenazas las llaves para tornillos, la piola, los cordones de zapato, la goma de pegar, la cola, el cemento, la cinta adhesiva, el leuco, el tapón de rosca, el alambre e innumerables otras cosas para mantener las cosas en su sitio, o por lo menos en el sitio que las queremos dejar.
Todos estos inventores, de los que la mayoría de nosotros ignoramos su nombre, contribuyeron para que nuestra vida fuera más sencilla y cómoda.
Quizás, cada uno de nosotros, cada día vengamos tropezando reiteradamente con la misma dificultad y quizás también, podríamos resolver esa dificultad razonando, sentándonos a pensar para encontrarle la vuelta.
Quizás que esa manera el tiempo invertido pensando, razonando, lo ganemos con creces en la medida que nuestro razonamiento nos permita vencer dificultades, ahorrarnos esfuerzos inútiles en nuestras tareas futuras.
Nadie puede negar de la privilegiada inteligencia de Einstein, quien, cuando no podía resolver un problema, se iba tres días a pescar y de ese modo, despejaba la mente y volvía con la solución.
Seguramente que las pesquerías de Einstein, le ahorraron un tiempo inimaginable a toda la humanidad.