Ps. Gisela Caram*
Más de dos meses en proceso de cambios sociales, familiares, laborales, culturales, ambientales, etc., han generado alteraciones emocionales en todos. Nos guste o no estamos en el mismo barco.
Frente a esto, cada uno busca en sus recursos (internos y externos) lo que pueda para sobrellevar las angustias que generan tantos cambios.
Cuando los recursos internos se agotan, se busca afuera, y ahí la gama es infinita, libros de autoayuda, rituales, hacer cada cosa que me indiquen con tal de aplacar el dolor, malestar o sufrimiento.
Todo cambio tiene que cursar su proceso. Y todo proceso emocional es interno y singular.
Dependerá de cómo cada uno pueda afrontar el tránsito hacia la “nueva normalidad”.
Los cambios tienen etapas, se pasa indistintamente por el miedo, la tristeza, la rabia, la impotencia, la omnipotencia, y hasta se puede llegar a la soberbia (“esto no me afecta”, donde además de negar la situación real de pandemia, hago lo que quiero).
El borramiento de la angustia, tiene muchos tonos en los discursos de las personas, y es aquí donde puedo caer en un extremo omnipotente y/o soberbio.
El haber pasado por situaciones de indefensión, de faltas, de vacíos, de pérdidas, puede llevar a las personas a extremos que llevan a pivotear en binarismos, como sucede con el movimiento del péndulo. En un extremo, “no puedo” y en el otro, “puedo con todo”.
Se puede cargar con el dolor como una cruz, eternamente, pero también se puede soltar, animarse a soltar, empezar a andar y ver qué surge.
Nos defendemos como podemos, y los escapes, pueden ser más o menos saludables.
Los mecanismos de defensas nos sirven para evitar el peligro, la angustia o el displacer.
Todos usamos diferentes mecanismos de defensa frente al sufrimiento, la culpa, las pérdidas y los recuerdos de situaciones dolorosas.
Los mecanismos de defensa van cambiando a lo largo de la vida y en la medida que nos vamos adaptando a las nuevas situaciones, vamos afrontando en forma saludable la vida o no.
Buscar rápidamente llenar el dolor con “cosas” superficiales o materiales o mágicas, no es solución al sufrimiento. Ningún proceso se puede saltear, ninguna pérdida se puede minimizar, ningún cambio es tan superfluo, todo proceso tiene su tiempo de adaptación.
El miedo a sufrir lleva a manotear como ahogado, lo que se tenga a mano, pero sabemos que esto no es definitivo.
Podemos creer que podemos con todo, pero no es así, no con todo. A esa creencia la llamamos omnipotencia. Los límites y las frustraciones son importantes de delimitar en cada uno. Son los que nos permiten pensarnos con criticismo.
De la omnipotencia a la impotencia hay solo un paso, al igual que a la soberbia. El soberbio parece manso, pero no soporta la crítica que le hace peligrar lo que tiene.
En ambos predomina la necesidad de control absoluto, se limitan a vigilar su lugar exclusivo, por eso no pueden disfrutar, viven en una eterna exigencia, por temor a perder el lugar de sus anhelados logros. Va atropellando a los otros desde un sentimiento de poder y sabiduría, y la vergüenza y la culpa aparecen y desaparecen. La soberbia disfraza la culpa mediante una imagen de sí mismo excepcional y omnipotente.
Sin dudas existen fallas en la mente humana, en cómo manejemos los afectos, y la manera cómo la mente puede lidiar con el afuera. Necesitamos además del contacto con nuestras emociones, de otros dos soportes, que son la intuición y lo social. Si también fallan éstos, es decir, si no nos conectamos con lo que sentimos, no nos relacionamos y no captamos qué nos pasa, ahí el sistema inmune busca su último recurso, su última defensa, el cuerpo, y lo enferma.
Sin lugar a dudas, conectarnos con nuestros sentimientos y emociones es parte del autoconocimiento y poder pensarse cada uno, en situaciones de crisis, es vital.
El manejo del equilibrio emocional y la evitación de factores desestabilizantes, son la base de la salud integral, frente a situaciones de cambios, de crisis y de pandemia.
*Especialista en Psicoterapia Vincular
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