Por el Padre Martín Ponce De León
La noche posee la posibilidad de estar a oscuras o de encontrarse iluminada por la luz de la luna.
Esta es una de esas noches plenas de luna y, por ello, todo se ve brillante de una luz cálida, serena y dulce.
La luz de la luna nada tiene que ver con la luz del sol.
La luz del sol resulta avasallante y abrasadora, la luz de la luna es respetuosa y abrazadora.
Es una luz plateada que permite ver de una forma distinta lo que nos rodea.
Parecería es una luz hecha para la confidencia y la revisión.
Allí nos podemos encontrar situaciones y rostros con los que compartimos momentos del día para repasar nuestra postura o nuestra conducta.
Nos hablamos a nosotros mismos con una sinceridad y autenticidad mucho mayor que con la que podemos hacer en la prisa de nuestro vivir momentos.
Cobijado por la luz de la luna, parecería, no hay prisas ni situaciones tensas. Todo se ve de una forma serena y tranquila como para poder reprendernos por conductas asumidas.
Pero es, también, un tiempo donde podemos permitir que algún rostro se instale en nuestro interior y continúe ganando espacio en nuestra vida.
Bañados por la luz de la luna podemos tomar en nuestras manos algunos momentos y permitir que nos cuestionen con mayor profundidad que lo que hicieron bajo la luz del sol.
Es, evidentemente, un tiempo donde todo se nos puede convertir, con facilidad, en oración ya que todo se nos transforma en contemplación.
Inmersos en la luz de la luna parecería fuésemos una persona distinta a lo que somos realmente ya que allí somos nosotros mismos sin necesidad de protecciones o seguridades que, muchas veces, nos imponemos.
Como que somos mucho más auténticos puesto que contagiados por su calidez.
Con la luz de la luna brillando a nuestro alrededor no nos detenemos en muchos detalles sino que nos quedamos auténticamente con lo esencial.
Allí renovamos nuestro compromiso de salir a la intemperie sin tener la necesidad de calcular situaciones o exigencias que se nos pueden plantear.
Como todo hace referencia a lo esencial, a la luz de la luna no hay intereses particulares, políticos o ideológicos. Es lo esencial y nada más que ello.
Allí, parecería, no hay necesidad de estar cumpliendo horarios puesto que mucho tiempo trascurre en cuestión de segundos y un segundo nos insume mucho tiempo.
En oportunidades nos parecería haber pasado un montón de tiempo y no hemos hecho otra cosa que dejar pasar unos pocos minutos utilizados en el disfrute o en el repaso.
A la luz de la luna no tenemos temor de conversar con nosotros mismos y explicarnos o reprocharnos por algo que hemos vivido horas antes.
Pero, también, es un tiempo especial para poder conversar y disfrutar con algún ser en particular.
A la luz de la luna no llama la atención que hablemos con nosotros mismos.
Es un tiempo para ello y eso está totalmente comprendido.
En oportunidades, cuando la luna baña con su luz el patio de la casa donde habito, suelo sentarme en un banco y dejar que la luz de la luna me impregne con su serenidad.
Dejo que todo mi ser se llene de ese clima de brillo cálido y sereno que permite se disfrute de una dulzura muy particular puesto que ello es como experimentar un abrazo prolongado que reconforta, alienta y gratifica.
Sin lugar a dudas más de uno, luego de leer este artículo, habrá de decir que estoy más “pirado” de lo que suponía pero resulta que muchas veces me he preguntado la razón de tanta hermosura nocturna.
Dios nos lo ha regalado con algún motivo puesto que nada de lo suyo es sin razón.
Con el paso del tiempo he ido aprendiendo a disfrutar del regalo de la luna y hoy me animé a compartir lo que puede ser utilizado para mejorar el actuar desde la luz de la luna.
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